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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fortalecer el sector exterior

El esfuerzo realizado por los trabajadores apenas se ha trasladado a los precios relativos

En 2013, la balanza por cuenta corriente de la economía española registró superávit por primera vez en los últimos 15 años, aunque la vitalidad de las exportaciones quedó notablemente mermada en la segunda mitad del año. A primera vista es un resultado positivo y deseable porque permite que España comience a desendeudarse. Sin embargo, más allá de los fríos números, es importante examinar los cauces por los que se ha llegado a esa meta, pues de ellos depende tanto la sostenibilidad del equilibrio como los efectos que su consecución puede ocasionar en la economía interna del país.

El proceso de reequilibrio de la cuenta corriente en España, iniciado después del estallido de la crisis financiera, comparte las pautas observadas en el conjunto de países periféricos de la zona euro. Algunas publicaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) destacan, como rasgo común de estos países, la gran velocidad a la que han reequilibrado sus cuentas exteriores. Y mencionan el caso de España como el más ilustrativo: en cuestión de cinco años, un saldo de cuenta corriente negativo del 10% del PIB se ha convertido en una balanza positiva del 2% del PIB. Sin embargo, esos estudios también ponen de relieve dos cosas importantes: a) las mejoras de las cuentas corrientes de los países periféricos se lograron, en más del 80%, mediante la compresión de las demandas internas, privadas y públicas, y b) semejante contracción del gasto fue causada por la pérdida de riqueza infligida por la crisis y, sobre todo, por las severas políticas de austeridad que los países del norte de la zona euro impusieron a los países del sur, con el apoyo de las autoridades europeas.

En el caso de España, una prueba clara del grado en que la postración de la demanda interna ha contribuido al equilibrio externo es que este se ha alcanzado agrandando la brecha negativa del PIB, o sea, estirando el rezago de la producción nacional con respecto a su valor potencial. La contrapartida de esto ha sido una tasa de desempleo superior al 26% de la población activa, inadmisible —solamente superada por Grecia dentro de la zona euro— y ampliamente por encima del desempleo natural. Es una situación comparable a la de una familia que, para ahorrar y pagar sus cuantiosas deudas, está obligada a comer una vez al día o a consumir bajo mínimos de pobreza. Como ese debilitamiento intenso de la demanda es dañino y tiene topes, algunos especialistas proponen, como vía de apoyo en el corto plazo, reducir el precio relativo (tipo de cambio real) de los bienes y servicios para atraer la demanda externa y mejorar, así, la balanza comercial.

Para corregir la sobrevaloración del tipo de cambio real de la economía española, generada por los excesos de gasto y de retribuciones durante los siete años que precedieron a la crisis, los trabajadores han realizado el esfuerzo principal desde 2009, facilitando una disminución acumulada del 16% en los costes laborales frente al conjunto de los países desarrollados. Como ese esfuerzo apenas se ha trasladado a los precios relativos —véanse los datos del tipo de cambio real con precios al consumo, publicados por el Banco de España—, corresponde ahora a las empresas arrimar el hombro para que la tasa de inflación interna permanezca por debajo de la que prevalece en los socios comerciales de España, por lo menos durante algunos años. Obviamente, el Banco Central Europeo (BCE) podría ayudarnos en esta tarea si depreciara el euro frente a las principales monedas del mundo, dado que esto abarataría los bienes y servicios españoles con respecto a los que producen los países externos de la zona euro. Téngase en cuenta que estos países absorben ya más del 50% de las exportaciones españolas como consecuencia de la mayor diversificación geográfica que han logrado nuestras empresas exportadoras en el curso de los últimos años.

Para fortalecer la cuenta corriente hay que anotar el peso del sector exportable en el PIB

Existen dos vías adicionales para la mejora de la cuenta corriente. Una consiste en que, desde el exterior, nos echaran una mano comprando bienes y servicios nacionales en mayor cantidad. Como se sabe, la solicitud —o sugerencia— por parte de la Comisión Europea y del FMI para que Alemania y otros países del norte de la zona euro adopten políticas expansivas con objeto de ayudar a los países periféricos se apoya en esa idea. Pero, como es lógico, el progreso por ese camino está fuera de nuestro control, y depende de la vitalidad económica con la que los socios comerciales puedan recuperarse en los próximos trimestres o años.

La última vía para fortalecer la cuenta corriente, de manera duradera, consiste en aumentar el peso del sector exportable en la producción nacional, en detrimento de los servicios menos eficientes y de la construcción. Este tipo de soluciones —compatibles con las vías segunda y tercera— aumenta la presencia de la industria en la economía, favorece la incorporación del progreso tecnológico y, por consiguiente, también los incrementos de productividad. Se ha demostrado empíricamente que los países con bases industriales y exportadoras más sólidas y eficientes son los que han podido sortear con mayor éxito los estragos de la crisis financiera global. Por mencionar algunos ejemplos, en Alemania, donde la crisis ha impactado menos, el peso de la industria en la producción nacional, según cifras de 2011, es del 26%, mientras que el de la construcción apenas alcanza el 4%. Por el contrario, en España, las participaciones son del 17% y 12%, respectivamente.

La economía española ha realizado avances meritorios en esa dirección en los últimos años. El buen hacer de un grupo de empresas exportadoras, grandes y eficientes, ha hecho que la cuota de exportaciones españolas en el total mundial no haya disminuido durante los años de la crisis financiera; algo que no han podido conseguir los países punteros en el comercio internacional, como Alemania, Estados Unidos, Francia y Japón. Pero, lo logrado hasta ahora dista mucho de ser suficiente. De hecho, la ratio de exportaciones españolas en el total mundial es relativamente pequeña, 1,6%, incluso cuando ponderamos por el tamaño del país. Decididamente, España necesita aumentar el número y la base de este tipo de empresas grandes y altamente competitivas para lograr una mejora sostenible de su balanza corriente. Por ejemplo, promoviendo la concentración de empresas y estimulando la inversión en I+D y en capital humano. Obsérvese que, contrariamente a lo que sucede con la primera vía, esta última permite eliminar el bache negativo del PIB y aumentar tanto la productividad de los factores como la tasa de crecimiento del PIB potencial. Estos resultados son indispensables para que, en los próximos años, la economía española pueda afrontar con éxito el enorme problema de su deuda externa.

José García Solanes es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia

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