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CONSECUENCIAS DE LA RECONVERSIÓN FINANCIERA

“Si en un pequeño pueblo no ganan, te borran del mapa”

Olesa de Bonesvall se queda sin oficina bancaria tras el cierre de la sucursal de La Caixa

Clara Blanchar

Para llegar a Olesa de Bonesvalls (Alt Penedès, Barcelona), hay que recorrer ocho kilómetros de curvas cerradas, de las que si te descuidas te comes un árbol. El pueblo, disperso y de casas unifamiliares, tiene 1.700 habitantes (2.500 los fines de semana) guardería, escuela de primaria, supermercado, varios restaurantes, centro cívico, las cavas Tutusaus… y hasta hace dos años, oficina de La Caixa. Ni los ruegos del alcalde, ni las cartas de los vecinos evitaron que la entidad cerrara su oficina. Dejaron, eso sí, un cajero automático, hoy rodeado de cristales pintados de blanco. El caso de este pueblo rodeado de viñas es de los que aparecen en el informe de UGT sobre Exclusión Financiera. En Olesa hay un segundo cajero, que fue de Caixa Penedès, hoy Banc Sabadell, pero los vecinos apenas lo utilizan. “Cualquier día se lo llevan”, auguran.

El alcalde, Enric Ases (del partido independiente GOOB, Grupo de Opinión de Olesa), no se muerde la lengua: “La Caixa llegó en época de bonanza, captó cuentas con una empleada que recorrió todo el pueblo y contactó con los mayores que le contaban del periquito, del gato, del nieto… logró un buen número de clientes”, dice, y sigue: “Pero ellos calculan la rentabilidad y concentran beneficios: si en un pequeño puntito no ganan, te borran del mapa”. Ases cree que el cierre de la oficina ha creado “un problema social en un municipio muy mal comunicado”. Si no es en vehículo particular, solo hay un bus que pasa antes de las siete de la mañana o a las nueve de la noche, precisa.

Los dos grandes colectivos perjudicados por el cierre son los mayores y los comerciantes. “Para los mayores el cajero es un monstruo: no ven bien, no se aclaran con las pantallas, se aturullan con el número secreto…”, relata el alcalde, que asegura que más de una vez le paran vecinos mayores con el número apuntado en un papelito y le piden ayuda. Mercedes, 88 años y apoyada en un bastón, pasa del cajero. Desde que cerraron la oficina a la que “iba para sacar de la pensión”, tiene que pedir a su nuera o sus nietas que le saquen dinero en Vilafranca. No le hace ni gracia.

Como no se la hace a Gris Carbó, del supermercado, calcular mal y quedarse sin el cambio que acude a buscar a Begues o Avinyonet, ambos por carretera de curvas. “Intentamos calcular y pedimos más de lo que necesitamos para un día”, explica y añade que el drama llega “el fin de semana que se estropea el cajero. Hay gente que si no es en efectivo no nos compra”, asegura. “Estamos colgados”, concluye.

A falta de oficina, los vecinos se las ingenian para seguir con sus gestiones. Como Jordi Sans, de 77 años, que igual opera por el cajero que llama a la oficina de Avinyonet, ordena una transferencia y pasa a firmarla al cabo de unos días. “Tienen la sartén por el mango. Ya lo dicen, Don Dinero, poderoso caballero”, zanja.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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