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Tribuna
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Un nuevo paradigma y el nuevo rol de la empresa

La sostenibilidad global se asienta en una auténtica revolución de valores

Manuel Escudero

Con el nuevo siglo se ha ido gestando un nuevo paradigma. Se trata de la sostenibilidad global, que podría ser definida concisamente como un solo Planeta, una Humanidad sin exclusiones. Es el paradigma que puede dar nuevo significado a las formulaciones de justicia social tradicionales, estén basadas en la lucha de clases, en la redistribución y el Estado de bienestar o en el liberalismo progresista.

Su gestación se asienta en una auténtica revolución de valores.

Cientos de miles de organizaciones no gubernamentales aportan hoy una conciencia crítica respecto a la globalización tal y como se ha desarrollado, tanto en el plano ecológico como en el social.

Las nuevas generaciones, los nativos digitales, suscriben, directa o indirectamente, estos valores. Una gran parte de la juventud se siente más identificada con la cooperación que con la competición y tiene una pronunciada aversión moral al capitalismo, apoya la sostenibilidad como estilo de vida y siente que la política nacional le es mucho más remota que el universo sin fronteras en el que se relaciona, colabora o crea cada día a través de Internet.

El potencial de innovación de la empresa puede contribuir a formar un mundo incluyente

Las empresas han comenzado a incluir, al menos como discurso, las fronteras de la sostenibilidad. Este movimiento irrumpió en el año 2000, con iniciativas como el Pacto Global de Naciones Unidas o el Consejo Mundial para el Desarrollo Sostenible, y se desarrolló bajo el nombre de Responsabilidad Social Corporativa (RSC).

Incluso las religiones van abrazando esta aproximación a la realidad. Desde el Informe de la Compañía de Jesús Sanando un mundo roto, pasando por la exhibición novedosa y valiente de valores de inclusión y lucha contra la pobreza del nuevo Papa Francisco, o el rescate chino de los valores de Confucio para la construcción de una sociedad harmoniosa, así lo indican.

Pero los valores no caen del cielo: surgen, no sin gran lucha, porque la nueva realidad los demanda. Y la realidad ha cambiado tanto en pocos años que más que una época de cambios, vivimos un cambio de época propiciado por cuatro macrotendencias:

En primer lugar, el poder se ha fragmentado: los Estado-nación pierden eficacia ante problemas que solamente pueden resolverse a escala supranacional. El poder político también se ha fragmentado geográficamente (del G-8 al G-20 en apenas cinco años); en paralelo, las empresas globales han ganado poder. El ciudadano, a través de las redes sociales, ha aumentado su poder blando de (des)legitimación de la política o la economía y crea estados colectivos de conciencia o se moviliza de modo masivo.

En segundo lugar, existe evidencia creciente sobre la necesidad de gestionar de modo inteligente e incluyente los recursos naturales mundiales. El agua, los alimentos, la energía y el clima reclaman, frente al aumento de la población humana, su concentración urbana y el advenimiento de cientos de millones de ciudadanos a las clases medias, una gobernanza global mucho más inteligente en el acceso a esos cuatro pilares del crecimiento humano.

En tercer lugar, las innovaciones tecnológicas disruptivas, desde el Internet móvil, pasando por el Internet de las cosas, la tecnología en la nube, la robótica avanzada, los vehículos autónomos, la nueva generación genómica, el almacenamiento de energía, la impresión en 3D, los nuevos materiales como el grafeno, hasta las energías renovables y el sector de clean-tech están produciendo ya transformaciones radicales en la estructura económica y social.

En cuarto lugar, vivimos en un constante estado de contradicción, lo cual es lógico porque nunca ha habido una gran transición que no haya experimentado un aumento significativo de la tensión entre lo viejo y lo nuevo. La crisis económica y financiera, con su paso prolongado, cansino y cruel está en abierta contradicción con las nuevas tendencias. Mientras que los valores de inclusión se afirman, la exclusión se hace cada vez más sangrante; mientras que sabemos que la amenaza del cambio climático podría ser neutralizada y revertida, las emisiones a la atmósfera no disminuyen de manera significativa; y al tiempo que la economía y la empresa se rige cada vez más por la innovación, la desconexión entre el mundo financiero y la economía real sigue existiendo.

La transición hacia un nuevo paradigma va a acelerarse en el horizonte del año 2015, con el espaldarazo internacional a los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible, hoy en construcción en el marco de Naciones Unidas: unos objetivos relevantes para todos y en todo el planeta.

La llegada de este nuevo paradigma tiene muchas implicaciones en los campos de la política o las instituciones internacionales, pero aquí esbozaré algunas respecto a la empresa.

Durante los últimos años, el campo de la responsabilidad social corporativa (RSC) ha atravesado un auténtico examen de conciencia.

Ciertamente, durante la primera década de este siglo, el desarrollo de la RSE fue imparable. La práctica institucionalizada de la sostenibilidad corporativa se introdujo en casi todas las grandes empresas. Al parecer, en 10 o 12 años la sostenibilidad corporativa había ganado la batalla de las ideas. Sin embargo, su impacto sobre el comportamiento real de las empresas ha sido menor de lo previsto. En la mayoría de las empresas no ha logrado penetrar en el corazón del modelo de negocio, y se ha quedado en su periferia. La crisis ha puesto de manifiesto la escasa repercusión que las prácticas de sostenibilidad de las empresas han tenido a la hora de paliar los problemas sociales causados por el desempleo, la disminución de los ingresos familiares o los desahucios forzados.

Este impacto insuficiente está relacionado con el estrecho concepto de sostenibilidad corporativa empleado hasta ahora. El concepto ha estado muy sesgado hacia la gestión del riesgo —el riesgo inherente a la empresa cuando no toma en cuenta sus impactos sociales y medioambientales.

Necesitamos un nuevo desarrollo que sin renunciar a la prevención de las conductas irresponsables de la empresa, también aborde el terreno positivo de las oportunidades existentes para la creación de valor para empresa y sociedad.

Este nuevo desarrollo ya se ha puesto en marcha. Hoy se está produciendo una convergencia de los conceptos de innovación social y sostenibilidad corporativa. La idea detrás de estos nuevos enfoques de innovación-basada-en-la-sostenibilidad es conectar el potencial empresarial para la innovación con criterios de sostenibilidad, diseñando soluciones que redunden en un mayor valor para la empresa y produzcan al mismo tiempo un impacto positivo en la sociedad atendiendo a necesidades no satisfechas. Pero, para no caer en banalidades, hay que responder a la pregunta de ¿cuáles son esas necesidades no satisfechas? Y es aquí donde conectan los nuevos horizontes de la empresa con el paradigma que antes mencionaba: la empresa puede contribuir con su potencial formidable de innovación a la reconstrucción de un mundo sostenible en términos de la energía, el agua, los sistemas alimentarios, industriales, urbanísticos o de transporte, y de un mundo incluyente donde todos tengan acceso a los bienes públicos básicos.

Este nuevo papel de la empresa, consistente con un nuevo paradigma reclamado por unos nuevos valores y una nueva realidad, es inevitable, irá ocurriendo. Y como antes decía, el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una especie de programa de acción universalmente aceptado que especifique con claridad los objetivos a lograr para hacer del mundo un lugar sostenible e integrado, acelerará el proceso.

Manuel Escudero es director general de Deusto Business School y asesor Especial de Naciones Unidas para PRME.

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