La India huye del fantasma de la crisis que la lanzó al libre mercado
Hace dos décadas la India comenzó a liberalizar su economía y el proceso la catapultó este milenio a un vertiginoso crecimiento, pero hoy el sueño de ser una superpotencia mundial parece esfumarse por su cada vez más delicada coyuntura.
Quizás exageradamente, muchos han comparado la crisis actual con la de 1991, cuando en un episodio recordado con cierta deshonra el gigante asiático pidió ayuda al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial por problemas en la balanza de pagos.
La India era entonces un país autárquico que se abastecía de petróleo a través de Moscú, su gran aliado comercial, pero la caída de la Unión Soviética le obligó a comprar energía en el mercado libre y la Guerra del Golfo cerró el grifo de importantes remesas.
Con una inflación desbocada y una alta tasa de desempleo, Nueva Delhi se quedó ese año con unas reservas de divisas al mínimo -240 millones de dólares-, suficientes para pagar solo dos semanas de importaciones.
El rescate internacional trajo bajo el brazo el mandato de iniciar una serie de profundas reformas económicas, lideradas por el hoy primer ministro, Manmohan Singh -en ese momento titular de Finanzas-, que introdujeron a la India en el libre mercado.
La historia que vino después es conocida: nace esa India moderna, con crecientes núcleos urbanos y grandes centros comerciales, con sus nuevos ricos, la burbuja inmobiliaria, apertura del turismo o la aparición de una pequeña clase media con mayor capacidad de consumo.
El presente milenio registró aumentos exponenciales de la inversión extranjera, amplias subidas anuales de la renta 'per cápita' y un crecimiento del PIB cercano a los dos dígitos.
Un cuento de éxito con el que los líderes indios y parte de la comunidad internacional llegaron a creer que la India, que se veía fuerte ante la crisis financiera global, podría codearse con China.
Hasta 2011, año en el que empezó la caída gradual de los indicadores macroeconómicos.
El PIB se desaceleró -en 2012-13 fue un 5 %-, la producción industrial se apagó y las exportaciones se estancaron.
Todo ello en una fase ampliamente criticada por los analistas de extraordinaria pasividad reformista, en el segundo mandato de un Singh que hasta hacía poco había vestido el traje de artífice del milagro económico.
Con la explosiva crisis de divisa actual -la rupia se ha depreciado un 18 % frente al dólar desde mayo-, algunos expertos temen consecuencias mayores.
El Gobierno, que en las últimas semanas ha liberalizado sectores de su economía para atraer inversiones a la desesperada y al tiempo ha restringido la salida de capitales del país para frenar la devaluación, insiste en restar dramatismo.
"No hay motivo para el pánico que se ha instalado en el mercado de divisas y que altera otros mercados. Confiamos en que la estabilidad regresará y que podremos trabajar en promover las inversiones y el crecimiento", dijo la semana pasada el ministro de Finanzas, P.Chidambaram.
En la misma línea, el gobernador del banco central (RBI), D. Subbarao, afirmó que las reservas de divisa extranjera son "adecuadas" y que las medidas tomadas deben atajar "la volatilidad".
Los críticos, sin embargo, apuntan al elevado déficit por cuenta corriente del país (4,8 %) y subrayan que la devaluación de la rupia repercutirá en la inflación que las autoridades se han esforzado en controlar estos años incluso a costa de crecer menos.
Para el profesor Ramkishen S. Rajan, de la Universidad George Mason (EEUU), "la falta de claridad en la intervención del RBI ha añadido incertidumbre" y se ha entrado en una "espiral viciosa de depreciación que conduce a retener capitales hacia la India".
"Este Gobierno pierde credibilidad entre los inversores y nadie quiere tomar grandes decisiones hasta que haya más claridad", argumentó a Efe Rajan, que recordó que en 2014 hay unas elecciones generales muy abiertas.
Pero el economista evitó hacer comparaciones con 1991, pues aquella crisis "se debió a un largo número de años de políticas macroeconómicas insostenibles".
Si bien es cierto que en cuatro meses las reservas se han menguado en 18.000 millones de dólares, el Estado aún tiene 278.000 millones en las arcas y la confianza de una diáspora de 20 millones de indios que al año aportan un cuarto de esa cantidad en remesas.
Y a pie de calle, de momento, llama más la atención la elevada inflación de un producto básico como la cebolla, algo problemático en un país donde la mayoría gana menos de dos dólares al día.
"La India es un país grande, no hay que preocuparse tanto. Dime dónde consigue uno un interés bancario del 10 % por sus depósitos. Si eso es crisis...", zanjó Sanjay Adlaka, propietario de una tienda de textiles, pese a admitir que sus beneficios se reducirán este año por el encarecimiento de las importaciones.
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