La tragedia de los jóvenes
Un país incapaz de dar empleo a su población está erosionando su prosperidad a medio plazo
Perder en un trimestre 322.000 ocupados es un resultado por sí solo demoledor, y más después de una permanente e intensa pérdida de empleo desde el inicio de la crisis, muy superior a la de los países de nuestro entorno. El año en vigor de la reforma laboral no puede decirse que haya detenido precisamente el ascenso de la destrucción de puestos de trabajo según ha revelado la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE correspondiente al primer trimestre de este año. En estos tres meses y en los últimos 12, esa pérdida de ocupación se distribuye de forma no muy desigual entre asalariados con contrato indefinido y contratos temporales. Y sigue siendo más severa en el sector privado que en el público, aunque se prevé que en este último grupo la pérdida de empleo sea más acusada en los próximos trimestres. El drama se agudiza cuando se observa el crecimiento del paro de larga duración, aquellos con más de un año en situación de desempleo. De los 6.200.700 desempleados, el 47% son parados de larga duración, y casi un 16% son jóvenes menores de 25 años.
Si lamentable es la conclusión que puede deducirse de cualquier análisis de esta última EPA, es en el segmento de población juvenil donde las valoraciones llegan a ser alarmantes. El desempleo entre las personas con edades comprendidas entre 16 y 24 años aumentó en 30.200 personas, hasta alcanzar a finales de marzo 960.400. Eso representa el 57,2% de los 1.678.400 considerados activos con menos de 25 años. Significa más de dos puntos porcentuales por encima de la tasa del anterior trimestre; en el primer trimestre del pasado año, esa tasa era del 52,1%. De las personas con edades comprendidas entre 25 y 29 años, la correspondiente tasa de desempleo es del 36%.
Con independencia de los dramas individuales que esa situación genera, los daños estrictamente económicos son de consideración. Un país que es incapaz de canalizar de forma productiva las energías y formación asociada a su población está erosionando sus propias capacidades, las posibilidades de generar crecimiento y prosperidad a medio plazo. Se está descapitalizando, en suma. En un país con una estructura demográfica envejecida, que los jóvenes, con independencia de sus cualificaciones, sean incapaces de encontrar un empleo es una forma de suicidio económico. De poco sirve contentarse con la huida de algunos al extranjero. Siendo un mal menor, menos grave en todo caso que la inactividad y ausencia de generación de experiencias, confiar en su regreso seguirá careciendo de fundamento mientras en esta economía no exista crecimiento económico suficiente.
Confiar únicamente en la adopción de políticas de consolidación fiscal ya ha demostrado suficientemente su ineficacia. Se reducen las posibilidades de crecimiento y no se consiguen los resultados deseados de saneamiento de las finanzas públicas. En mucha mayor medida, esas políticas presupuestarias de ajuste son contraproducentes cuando las economías centrales de la eurozona no estimulan su demanda. La inacción en la que se encuentran las instituciones europeas no solo prolongará su recesión y de forma más pronunciada las de las economías periféricas, sino que ampara una prolongada situación de inestabilidad social, en la que la frustración de los jóvenes será el principal elemento determinante.
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