Superficialidad y estupidez
La red de compromisos que nos ha permitido avanzar como sociedad está agotada
Vivimos tiempos realmente complicados. Estamos en plena crisis social, económica y política. Nos sentimos desbordados por los acontecimientos, dentro de un espacio turbulento, en un torbellino de declaraciones que parecen cargadas de razón y desaparecen de un día para otro. Ruido, mucho ruido, y pocas referencias estables a las que agarrarnos.
¿Qué nos está pasando? Nos está pasando que estamos en plena transformación social, que lo que nos había servido para llegar hasta aquí ya no nos sirve, y que nos hemos dejado arrastrar por la superficialidad y la estupidez. En una palabra: que Dios nos coja confesados (QDNCC).
La sociedad como sistema de innovación al servicio del progreso avanza en la medida en que activa una red de compromisos y consigue alinearlos para un objetivo común. Hay muchos tipos de compromisos, pero si yo tuviese que elegir, entre aquellos que hacen posible el progreso, elegiría los siguientes: los valores, la tecnología en un sentido amplio (que incorpora los recursos de diferente naturaleza), el conocimiento, la cooperación y el liderazgo. A estos cinco tipos de compromisos claves para la sociedad les añadiría la gestión del tiempo.
Ocurre que la red de compromisos que nos ha permitido avanzar como sociedad está agotada, ya no nos sirve. Necesitamos transformar los compromisos para innovar el sistema que está en crisis. Esto implica audacia y riesgo. Supone innovación social en el sentido más amplio de la palabra: innovación en la política, en la economía y en la sociedad.
¿Qué nos está pasando? Nos está pasando que estamos en plena transformación social
¿Sobre qué bases se debe producir la transformación de los compromisos? En mi opinión, hay que buscar el punto de apoyo en alguno de ellos para que actúe de palanca para los otros y, a partir de ahí, alinear el conjunto. Y puestos a elegir, creo que la clave está en el liderazgo (político y social) que active la cooperación a todos los niveles, transforme los valores y lo haga a tiempo. La verdad es que la urgencia es ya histórica. A partir de estas fuerzas en marcha, la tecnología y el conocimiento aportarán todo su potencial ya existente.
Pero tenemos algunas dificultades, por lo que se ve, para hacer esto. Dificultades que caracterizan la situación en la que todavía vivimos y que tienen que ver con la trampa de la superficialidad, el espejismo encantador de las burbujas y la exaltación de la estupidez.
La trampa de la superficialidad, en la que como sociedad hemos caído, se ha visto alimentada por tres tendencias fundamentales: la globalización (que añade diversidad), el desarrollo tecnológico (que añade conectividad) y la rapidez con la que se desarrolla el tiempo en el espacio (que añade velocidad). Estas tendencias generales suponen un incremento de la complejidad y la incertidumbre, y tienen un peligro: la búsqueda de lo inmediato (rápido), lo concreto (simple) y lo fácil (gratis). El peligro de la superficialidad en el que hemos caído nos lleva a apostar por el gratis total; esto es, que no nos cuesta tiempo, ni reflexión, ni esfuerzo.
Dos ejemplos del impacto de la tecnología en esta marcada tendencia a la superficialidad vienen de la mano del desarrollo de Internet y de la cultura del PowerPoint. La tecnología es un gran facilitador de innovación, pero si no la controlamos, puede producir efectos negativos.
El debate de la influencia de Internet en los procesos de construcción del pensamiento ya está abierto y es tremendamente interesante. Nicholas Carr advierte que “con sus constantes distracciones e interrupciones, la Red nos está convirtiendo en pensadores dispersos y superficiales”. Como dice Cory Doctorow: “Cada vez que encendemos el ordenador, nos sumergimos en un ecosistema de tecnologías de la interrupción”. La consultora Linda Stone señala en sus estudios que cada trabajador en EE UU tiene ocho ventanas abiertas simultáneamente en la pantalla y salta de una a otra cada 20 segundos.
Necesitamos escuchar a los mejores y darles
Otra manifestación de cómo la tecnología puede propiciar la superficialidad viene de la mano del PowerPoint. Franck Frommer, en su libro El pensamiento PowerPoint. Ensayo sobre un programa que nos vuelve estúpidos, hace un recorrido por el impacto que esta herramienta ha tenido en una manera de comunicar y construir el pensamiento, con efectos devastadores. Recuerda al comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, el general Stanley A. McChrystal, que acusa al PowerPoint de haberse convertido en el principal enemigo del Ejército de EE UU.
Terminaremos con Steven Pinker, científico y lingüista, defensor de las posibilidades de la web para generar conocimiento, que avisa: “Si lo que usted busca es profundidad intelectual, no recurra a un PowerPoint o a Google”. Recuerda un poco al directivo que antes de empezar a escuchar una presentación pregunta: “¿Usted trae un PowerPoint o sabe de lo que viene a hablar?”.
Otra de las dificultades que tenemos que superar es la que deriva del espejismo encantador de las burbujas. La ambición desmedida y la falta de sentido común han propiciado una cultura de burbuja, como la del ladrillo, de graves consecuencias para la sociedad. Esto no es algo nuevo. Charles Mackay (1814-1889) escribe sobre las burbujas y da un repaso a aquellas más interesantes, como la del Mar del Sur o la de los tulipanes holandeses. Al hilo de la Compañía del Mar del Sur surge el nombre de burbujas para referirse a un montón de compañías de dudosa viabilidad. El ejemplo histórico de una compañía creada por un aventurero desconocido que se fundaba “para desarrollar un asunto muy ventajoso, pero que nadie debe saber en qué consiste”, aparece como paradigmático.
A pesar de la historia, las burbujas parecen tener un encanto especial para los humanos, al menos para algunos. Como decía Charles Mackay: “Se ha dicho que los hombres piensan en rebaños; veremos que enloquecen en rebaños, pero recuperan la sensatez poco a poco, de uno en uno”. Así que la tarea se presenta ardua.
La tercera dificultad que tenemos que enfrentar es la exaltación de la estupidez. En realidad, la inmediatez que lleva a la superficialidad es el regalo envenenado de la estupidez. Decía Bertrand Russell (1872-1970) que “el mundo está lleno de ignorantes completamente seguros de todo e inteligentes llenos de dudas”. Pues parece que con el paso del tiempo esta percepción no ha mejorado. De la mano de la superficialidad y la ambición, la estupidez se ha instalado en un nivel impensable. Carlo M. Cipolla (1922-2000) tiene un ensayo sobre la estupidez titulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana, que les recomiendo. Para Cipolla, una persona estúpida sería la que causa un daño a otra persona o grupos de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Son peligrosísimos, porque además no son conscientes de que lo son. A uno le parece que el nivel de estupidez que hemos alcanzado es realmente relevante.
Pues bien: ¿qué hacemos? Frente a la superficialidad, la profundidad y el rigor. Volver a recuperar la importancia de los detalles, de los matices. Olvidar la brocha gorda y matizar. Porque como diría el escritor Harkaitz Cano, el matiz es un hilo de sutura. Los matices son como puntos de sutura de las relaciones a través del diálogo para activar la cooperación. Por otra parte, frente al encanto embriagador de las burbujas no nos queda sino la perseverancia, la consistencia y el trabajo duro. Y frente a la estupidez necesitamos la inteligencia. Necesitamos escuchar a los mejores y darles campo de juego.
Para abordar la nueva situación, los nuevos compromisos, la clave está en activar el liderazgo de los hacedores. Los hacedores de relaciones son líderes que saben hacer, hacer hacer, hacer saber y ver. Son capaces de poner en valor la diversidad activando la cooperación entre diferentes. Es el tipo de liderazgo que necesita una sociedad caracterizada por una diversidad relacionada, en un contexto de creciente complejidad. Necesitamos menos palabras y más hechos… Si no… QDNCC.
José Luis Larrea es presidente de Ibermática
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