Ocultadores compulsivos
Algunos parlamentos ya han discutido el rescate español pero no el Congreso de los Diputados
Lo que de forma superficial (y con errores) comentó hace unos días la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, sobre la economía española —que le daba “un susto bárbaro” y su dependencia cada vez mayor de operadores externos, como el Fondo Monetario Internacional (FMI)— es parecido a lo que, más matizadamente, opinan muchos analistas, empresarios y políticos de los países latinoamericanos: que la Unión Europea (y nuestro país, sobre todo) están aplicando unas fórmulas de política económica para salir de la crisis que su zona ya ensayó, con escaso éxito, hace dos décadas y que dieron lugar a lo que luego se denominó “la década perdida”. Sustitúyase “pacto de estabilidad presupuestaria” por “Consenso de Washington”, o “condicionalidad macroeconómica de Bruselas” por “recetas del FMI”, y ya tenemos el ungüento de la serpiente.
Uno de esos analistas explicaba en un foro económico en Caracas, la pasada semana, su versión del estrangulamiento español y de las dificultades del Gobierno para superarlo. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), las dificultades que más acucian a los ciudadanos son, en este orden, el paro (de casi el 25% de la población activa), la coyuntura (inmersa en una nueva recesión menos de dos años después de la anterior) y la debilidad de los bancos (que emerge con fuerza, por primera vez, en el último barómetro de la institución, y que ha sido objeto directo de la intervención europea).
Sin embargo, los mensajes que llegan de Bruselas, desde los mercados o los inversionistas, o desde el Banco Central Europeo indican que sus prioridades son distintas: primero, la anemia del sistema financiero, incapaz de cumplir con el único objeto social que justifica su existencia: la fluidez del crédito a empresas, familias y particulares; segundo, la ausencia de expectativas de crecimiento a corto y medio plazo; y tercero, la reducción del déficit y la consolidación fiscal. El desempleo sólo aparece al final de los comunicados, casi siempre como acompañante retórico.
Son dos lógicas contradictorias con las que tiene que lidiar ahora el Gobierno de Rajoy que, a pesar de su cómoda mayoría absoluta y de su poder territorial, observa como los políticos y los principales partidos que los agrupan devienen en otro de los problemas centrales para los españoles. La desconfianza en ellos se multiplica con velocidad, emergiendo un déficit de legitimidad en la opinión pública que contempla, asombrada, la cada vez mayor distancia entre lo que defienden cuando están en la oposición y lo que aplican cuando administran los bienes públicos.
No contribuye precisamente a paliar ese debilitamiento de la calidad de la democracia la obsesión ocultista del Ejecutivo, en dos fases consecutivas: primero, sobre la minuciosidad de la intervención que a su política económica impone Bruselas; a continuación, sobre la profundidad de los recortes sociales que él repercute desigualitariamente sobre los ciudadanos. Por la página web del Ministerio de Finanzas holandés hemos conocido los españoles que existe un documento confidencial sobre el rescate financiero a España que Rajoy y sus ministros no se han dignado comunicar si siquiera al Congreso de los Diputados. Mientras los Parlamentos de países como Alemania, Holanda o Finlandia discuten las condiciones del rescate español y su participación en el mismo, el Parlamento español no lo ha hecho ni tiene previsto hacerlo, pese a que es España el país que tiene sus bancos intervenidos, tutelados y sometidos a unas condiciones que también afectarán, con más sacrificios, al conjunto de los ciudadanos.
Más a más: aquellos que creyeran que conocían la magnitud de los brutales recortes tras las declaraciones de los responsables económicos y las explicaciones de la vicepresidenta al finalizar el Consejo de Ministros que las aprobó, habrán observado con estupor que algunos detalles de importancia para la vida cotidiana de los funcionarios y los parados fueron enterrados en el comunicado oficial, no comentados o minimizados, y han aparecido con vida propia en el Boletín Oficial del Estado. Estas son manipulaciones propias de otros tiempos, convertidas en habituales en estos últimos seis meses. Enmienda a la totalidad del programa electoral con el que el PP ganó las elecciones, negación de lo evidente, contradicciones continuas, improvisación permanente, ocultación de la letra pequeña… Todo ello acompaña al plan de estabilización más fuerte de la historia contemporánea.
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