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Islandia, o cómo dejar caer a los bancos

El Gobierno del país nacionalizó las entidades Kaupthing, Glitnir y Landsbanki En lugar de inyectar miles de millones de euros, decidió que suspendieran pagos

Claudi Pérez

“Si no hacemos esto ya, el lunes no habrá economía”. La frase del exsecretario del Tesoro estadounidense, John Paulson, pronunciada poco después de la quiebra de Lehman Brothers, supuso hace tres años y medio el pistoletazo de salida a la política de nacionalizaciones bancarias (de socialización de pérdidas) que se ha impuesto en el Atlántico Norte, incluso en la primera potencia económica mundial, Estados Unidos, con un Gobierno, el de George W. Bush, muy poco amigo de la intervención del Estado en la economía.

Poco antes o después, los Gobiernos de otros países de todo el mundo tuvieron que intervenir su sistema financiero: el banco franco-belga Dexia tuvo que ser rescatado (por primera vez: luego vendría una segunda) con dinero de ambos países; Bélgica, Holanda y Luxemburgo salieron al auxilio de Fortis; Suiza de UBS; Alemania, del Hypo Real Estate; Holanda, de ING. Hay una clara excepción: Islandia, un pequeño islote cerca del Ártico con una burbuja financiera sin parangón. Los tres principales bancos llegaron a acumular activos que sumaban 13 veces lo que producía ese país en un año. En medio de la debacle financiera internacional, el Gobierno islandés nacionalizó Kaupthing, Glitnir y Landsbanki para evitar el colapso financiero y la ruina total del país.

Pero en lugar de inyectar miles de millones de euros, decidió que suspendieran pagos. Garantizó los depósitos de los islandeses y decidió que no pagaran sus deudas externas. Eso fue en octubre de 2008, y la primera reacción fue brutal. En noviembre de ese mismo año, la corona islandesa ya había perdido un 58% de su valor, la inflación se disparó hasta el 19% en enero de 2009 y ese mismo año la economía se contrajo un 7%. El primer ministro, Geir Haarde, fue obligado a dimitir en enero de 2009 y ahora se enfrenta a los tribunales.

El país sufrió, además, la emigración más grande en 150 años. Pero la economía se ha ido recuperando, en gran parte gracias a la ayuda exterior del FMI, Rusia y de los países nórdicos, a una industria pesquera pujante y a algunos polos industriales exportadores. Aunque Islandia tiene un problema grave a la espera: Reino Unido y Holanda han denunciado al país por el impago de Icesave, una cuenta que uno de sus grandes bancos tenía en estos dos países y que captó miles de millones de euros gracias a apetitosos tipos de interés. Los islandeses votaron dos veces en referéndum para devolver esa deuda: las dos veces salió no. Las dificultades, sin embargo, pueden llegar por la vía de los tribunales internacionales. El castigo podría ser sobresaliente y sumir de nuevo al país en una depresión de aúpa. Pero, de momento, Islandia ha capeado su crisis bancaria –pese a que aún hay corralito, por ejemplo--, en gran parte porque pudo desairar a los acreedores de sus bancos en quiebra (su presidente reconoce que eso sucedió porque, sencillamente, no había suficiente dinero para pagar, pero esa es otra historia). En un país de la eurozona, eso es más difícil. El ejemplo de libro es Irlanda.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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