Las guerras intestinas del PP se reprodujeron en la gestión de la caja
Rato se enfrentó al presidente de Bancaja y a próceres del Gobierno como Guindos
La dimisión de Rodrigo Rato al frente de Bankia no es sino el corolario de la inviabilidad de una solución política para la crisis de las cajas de ahorros. Y no existe tal salida porque la politización es precisamente una de las causas fundamentales, si no la primera, de que el Estado tenga que salir ahora al rescate con dinero público del sistema financiero. Bankia, que ya acumula 4.465 millones de euros de ayudas públicas (FROB), es un ejemplo señero de cómo los políticos han llevado sus guerras y sus intereses personales, muchas veces mezquinos, a los consejos de administración de las cajas.
De hecho, Rato desembarca en Caja Madrid como desenlace de una batalla subterránea entre dos facciones del PP madrileño. Por un lado, la encabezada por la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, que pese a su declarado liberalismo quiere imponer en la caja a su vicepresidente, Ignacio González, sin ninguna experiencia financiera; por otro, la del entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, que apoya a Rato como solución de consenso.
Finalmente, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se decantó por Rato, quien tiempo atrás le disputara la sucesión de Aznar al frente del PP. Poco le duraría la alegría. Con el inicio del proceso de fusión de las cajas, comenzaron los problemas del que fuera vicepresidente del Gobierno. Y tenían más su origen en las exigencias de Génova, sede del PP, que en las del Banco de España. No es de extrañar que desde el principio Bankia se conociera como “el banco del PP”.
Bankia nace de la unión de siete cajas pero fundamentalmente de dos, Caja Madrid y Bancaja, ambas lastradas por créditos dudosos y la exposición al ladrillo. La integración de la caja valenciana llevaba un regalito dentro: José Luis Olivas, con una larga carrera en el PP valenciano al abrigo de su valedor, Eduardo Zaplana, de quien heredó hasta la presidencia interina de la Generalitat. Abogado de formación y político de profesión, Olivas no ha tenido nunca escrúpulos en acumular cargos y sueldos en las entidades financieras públicas. Presidente de Bancaja y del Banco de Valencia, desembarca en Bankia y en el Banco Financiero y de Ahorros (BFA) como vicepresidente (y como consejero de Iberdrola).
Tras la fusión, ha tenido que atender más a Génova que al Banco de España
Pronto Rato se da cuenta de que los números que le presentó Olivas para la fusión no eran fiables pese a la supervisión del Banco de España. Y que la caja valenciana estaba llena de agujeros negros del ladrillo. La intervención del Banco de Valencia le dio luego pie para forzar su dimisión en los cargos de Bankia. Pero ni siquiera la renuncia de Rato ha llevado a Olivas a abandonar la presidencia de Bancaja, que gestiona ahora solo la obra social tras ceder su actividad financiera al BFA. En Bancaja seguirá hasta 2015, si ningún decreto lo remedia, acumulando fondos de pensiones e indemnizaciones.
Sin embargo, el principal y decisivo enfrentamiento que explica el descabezamiento de Bankia ha sido el que han mantenido Rato con su antiguo pupilo y secretario de Estado bajo su vicepresidencia, Luis de Guindos. Desde que este fuera nombrado ministro de Economía siempre ha desconfiado de una salvación en solitario de Bankia. Así que ha apoyado soluciones alternativas como la fusión con CaixaBank (La Caixa) o, la que parece que va a ser definitiva, la inyección de capital público para su posterior venta en varias partes. Soluciones ambas a las que Rato se ha opuesto con todas sus fuerzas buscando el amparo de su amigo y ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro.
Guindos, que le bajó el sueldo, quería una unión con CaixaBank
Gracias a ese apoyo, Rato consiguió incluir una excepción hecha a la medida de Bankia en el decreto que obligaba a las entidades a aumentar sus provisiones. Pero De Guindos no ha permitido que Bankia adquiera la subastada Unnim para eludir esas exigencias como preveía la ley. Es más, muchos creen que la drástica rebaja de los sueldos de los directivos de las cajas que reciban dinero público fue una exigencia de De Guindos que no podía ignorar que le estaba rebajando la nómina considerablemente a su antiguo jefe, ya que Rato dejaba de percibir 1,78 millones al año.
El nivel de encono entre ambos personajes se escenificó hace solo dos semanas, cuando Guindos forzó la publicación del informe quinquenal del FMI sobre el sector bancario, en el que Bankia (aun sin citarla expresamente) salía muy mal parada, y en el que el organismo apostaba por la inyección de dinero público.
En el plano meramente de la gestión, Rato justificaba este lunes su renuncia en haber cumplido con hitos como la recapitalización, el ajuste de oficinas y plantilla o la reducción de costes. Sin embargo, algunos clientes e inversores de Bankia echaron en falta dos disculpas. La primera, por una salida a Bolsa que ha supuesto un fiasco para los pequeños ahorradores, que han visto esfumarse el 37% de su inversión en apenas diez meses.
Y la segunda, aunque heredada de los anteriores gestores, por la colocación entre los clientes más incautos y menos informados (entre los que no faltan muchos jubilados) de las preferentes, una especie de acciones sin liquidez, de las que las cajas de Bankia emitieron 6.000 millones, atrapando los ahorros de miles de pequeños inversores. El canje parcial del pasado mes de marzo ha supuesto fuertes pérdidas para quienes lo hayan aceptado.
Rato puede ser el último sacrificado de una época en la que política y finanzas han ido de la mano y que, como ocurre con todas las aventuras fallidas en ambos terrenos, terminarán sufragándose con el dinero del contribuyente.
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