"Corremos el riesgo de volver a la sopa boba"
"Tenemos las coquinas, los calamaritos, la rosada, los boquerones, salmonetes, jurelitos, tenemos lo que es el adobo...". El Canijo canta las raciones del chiringuito malagueño, al lado del mar, tropecientos grados al sol en pleno enero. El ambiente invita a la felicidad plena, pero José Manuel Ramírez (Villanueva de Huerva, Zaragoza, 1962) no está para fiestas. "Decir la verdad y con total independencia se paga muy caro, nosotros lo estamos pagando caro". Se refiere a la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, que él preside y que hace un seguimiento exhaustivo de la Ley de Dependencia. Han metido el dedo en un avispero y a muchos políticos no les ha hecho gracia. "Nuestra gente está sufriendo represalias en el trabajo por criticar la gestión de esta ley", dice Ramírez mientras come un boquerón con un interés secundario por la orgía de frituras.
El presidente de directoras y gerentes sociales aportó ideas a la Dependencia
Él mismo acaba de perder su plaza fija desde hace 18 años en el Ayuntamiento de Marbella, después de un tortuoso proceso por presunto acoso laboral que aún sigue en los tribunales. El caso ha merecido sanciones de la Inspección de Trabajo para el Ayuntamiento marbellí y el "reproche moral, abierto y sin ambages" del Defensor del Pueblo Andaluz, quien recomendó "el cese de la hostilidad hacia un empleado público sin tacha alguna en su carrera y sí, en cambio, una acreditada y reconocida valía profesional en servicios sociales y dependencia".
Hoy, este hombre que es capaz de enjaretar un chiste tras otro durante una hora, anda cabizbajo, pero no deja de atender las consultas de periodistas, diputados, alcaldes. Con 20 libros publicados, pocos saben tanto de servicios sociales. "Es que empecé siendo un niño. El Gobierno de Aragón nos encargó ir por los pueblos para ver qué se necesitaba en materia de asuntos sociales. Yo tenía un traje de los domingos y mi padre un tractor. Aparcaba el Barreiros lejos de los Ayuntamientos, porque me daba vergüenza, pero un día el alcalde de turno se empeñó en acompañarme hasta mi auto. No sabía dónde meterme ni cómo disuadirle para que se quedara. Pero acabó viendo cómo me alejaba en el tractor con mi traje. Menuda cara puso...", se ríe. Las anécdotas compiten con los salmonetes, pero no se quedarán en el plato. Las coquinas ya han volado.
Poco después, Ramírez participó como asesor técnico en los ministerios que pusieron los cimientos de los nuevos derechos públicos, en los ochenta. Llegó a Madrid con una boina calada, al uso aragonés, y una cartera de la Pantera Rosa. "El conserje me miraba raro, pero yo entraba en el ministerio el primero y salía el último. Trabajábamos mucho. Y ahora, con la excusa de la crisis, los servicios sociales parecen tener los días contados, corremos el riesgo de volver a la sopa boba, en serio, la cohesión social está en peligro". Lo dice apenado, porque su organización sugirió algunas de las enmiendas que redondearon la Ley de Dependencia. Por entonces, su sobrino estaba en coma, al cuidado de su madre, y Ramírez sabía bien las respuestas que debía dar aquella ley. Solo se reconoce un mérito: haber puesto la dependencia en la agenda política "a base de estudios, declaraciones, congresos, conferencias", ganados todos al tiempo libre y con dinero propio. "No ha sido fácil". Y faltan capítulos. Sus amigos le llaman el doctor Montes de la dependencia.
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