_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La salida de la crisis

La calma actual de los mercados de deuda de la zona euro ha permitido a Francia y España cumplir sus objetivos de emisiones en mejores condiciones, pese a la bajada de la calificación por la demasiado famosa agencia Standard & Poor's. La cuestión es saber si esa calma es la señal que anuncia una estabilización e incluso, por qué no, el fin de la crisis de la zona euro. Por supuesto, cualquier previsión es imposible en medio de un proceso de crisis que el verano pasado, de pronto, volvió a cobrar actualidad y transformó una crisis financiera, caracterizada en 2008 por la quiebra de Lehmann Brothers -es decir, una crisis estadounidense-, en una crisis de deudas soberanas, sobre todo en Europa y la zona euro. Sin embargo, el clima está mejorando. Más aún: todo parece indicar que Mario Draghi, el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE), está salvando Europa.

La cuestión es saber si la calma en los mercados es señal del fin de los problemas en la eurozona

Porque la atmósfera ha cambiado, sin duda, y eso, después de la primera operación masiva de inyección de dinero por parte del BCE: 500.000 millones de euros a disposición de los bancos, una cantidad que ha permitido al sector bancario salir de su crisis de liquidez y a los bancos italianos y españoles volver a suscribir obligaciones del Estado. "Esta vez espero que Nueva York comprenda que la zona euro va a estar defendida", ha dicho un observador cualificado. De hecho, los editoriales de The Wall Street Journal, que son un indicador infalible de tendencias, tienen hoy, después de habernos prometido una crisis en Francia y Alemania, un tono más matizado, incluso positivo, sobre Europa. Y, más significativo aún, varios bancos estadounidenses han empezado a apostar otra vez por Europa. Al final, los ataques contra la zona euro han acabado por provocar una bajada de la moneda, que es exactamente lo contrario de la política de dólar débil que desean las autoridades de Estados Unidos. Es decir, la realidad parece estar haciendo entrar poco a poco a todo el mundo en razón y dejando una cosa clara: que el debilitamiento de Europa debilita a todo el mundo y, en especial, retrasa la recuperación de la economía estadounidense, en un año en el que la economía va a decidir en gran parte la suerte electoral del presidente. Es posible que todos estos factores ayuden a que la razón se imponga sobre la especulación.

Están aún por resolver los problemas de fondo de nuestras sociedades: la competitividad y el paro. ¡Dieciséis millones y medio de parados en la UE! Y, en todos los países asolados por esta plaga, hay que multiplicar la tasa de paro por dos para medir la de los jóvenes. No hay duda de que es insoportable. Por consiguiente, debemos preguntarnos cómo relanzar la economía y, en primer lugar, la oportunidad de las políticas de austeridad, que no van acompañadas de instrumentos para impulsar el crecimiento y que todos han adoptado para ajustarse a las recetas de Berlín. Ya hemos visto que, en Grecia, la cura de austeridad se ha convertido en un castigo colectivo.

Es cierto que Alemania puede enorgullecerse de haber reducido el desempleo a la mitad en cinco años, del 10% al 5%. El mejor resultado es el de Austria, con solo un 4% de paro, es decir, casi el pleno empleo. Mientras que Francia, que parece encaminarse de forma inexorable hacia el 10%, y España, con sus cifras récord, tienen una situación desastrosa en este aspecto.

La primera que desea corregir esta situación es la Comisión Europea. Pero, con un presidente que no tiene peso, y frente al famoso directorio franco-alemán, a la Comisión ya no la escucha nadie, y el sistema parece encorsetado. Por eso, la Comisión destaca que están disponibles 80.000 millones de euros en las arcas de la Unión y, pese a ello, ningún Gobierno los utiliza. Aunque hay fondos de los llamados de ayuda estructural. ¡Una situación incomprensible! En lugar de esperar a que Alemania suavice sus principios, cosa que no va a suceder, y que deje de tener en cuenta solo el restablecimiento de los equilibrios presupuestarios, sería mucho más útil emprender también programas de infraestructura, investigación... para inyectar los recursos que faltan en nuestras economías debido a la necesaria reducción del gasto público de los países. Es lo que está haciendo EE UU, que va a esperar a 2013 para efectuar recortes presupuestarios porque prefiere dar prioridad a la recuperación de la actividad (ya en curso) y al empleo. Pero, por desgracia, la Comisión no puede decidir nada, por lo mucho que la ha debilitado la concepción soberanista que franceses, alemanes y británicos han logrado imponer en Europa. En cambio, ¿qué ocurre con la única instancia europea libre de decidir, el BCE? Desde luego, Draghi, en sus palabras, siempre se atiene a los grandes principios, de forma que no hay nada que pueda molestar al Bundesbank. Ahora bien, en la práctica, actúa, mientras Alemania, por así decir, mira hacia otro lado. Pronto, el BCE volverá a inyectar otros 500.000 millones y, tal vez, podamos pasar, por fin, de la calma a la salida de la crisis.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_