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Las protestas de El Cairo no logran arrinconar a la Junta Militar

Una turba prende fuego a un edificio del Gobierno cerca de la plaza de Tahrir

La tragedia en el estadio de fútbol de Port Said, que se saldó con la muerte de 74 personas el pasado miércoles, ha desbordado la indignación de activistas y ultras futboleros, desencadenando la enésima ola de enfrentamientos entre policías y manifestantes en los aledaños de la plaza de Tahrir, donde una turba prendió fuego a un edificio gubernamental cercano al Ministerio del Interior. Los episodios de violencia se propagaron por la capital egipcia. Un grupo de hombres armados con ametralladoras asaltó una comisaría situada al este de la ciudad, y liberó a cerca de una treintenta de detenidos de los calabozos; la dotación de otra comisaría repelió un ataque en el barrio de Dokki. Con estos disturbios, el Egipto pos-Mubarak se enfrenta a una sensación de déjà vu, como si en lugar de avanzar, la historia se repitiera continuamente en un bucle sin fin, en una especie de "eterno retorno".

Cuatro personas han muerto en la última oleada de violencia

En las últimas horas, los altercados han provocado la muerte de al menos cuatro personas. Dos de ellas perecieron la noche del jueves en Suez a causa de los disparos de la policía. En El Cairo, también por la noche, murió un manifestante por el impacto de pelotas de goma, y un soldado, atropellado por un vehículo militar. Hubo más de 1.500 heridos, según el último balance oficial.

Muchas de ellas recibieron primeros auxilios en la mezquita de Omar Makram, situada en una esquina de Tahrir, y convertida en un hospital improvisado cada vez que se produce una erupción de violencia. "Esta noche [por la del jueves] hubo varios heridos por disparos con pelotas de goma, pero ahora todos vienen con síntomas de asfixia por los gases. El cuadro médico no es grave, solo necesitan oxígeno", declaró Karim Salem, uno de los doctores que gestiona el hospital.

Las escenas de ayer en Tahrir eran bien familiares: carreras frente a la policía, activistas cargando sobre sus hombros a compañeros heridos, jóvenes con las caras blancas, embadurnadas de una loción de agua y levadura contra los gases lacrimógenos. Todo ello, con el sonido de las sirenas y los gritos de "¡caiga, caiga el gobierno militar!" como banda sonora.

Habitualmente, cada uno de estos ciclos se inicia con una brutal actuación de las fuerzas del orden contra un número reducido de activistas, lo que despierta las iras de miles de jóvenes revolucionarios, que se dirigen a Tahrir con ánimos de revancha. En los alrededores de la mítica plaza se respiran entonces gases lacrimógenos y aires de reyerta. Sin embargo, cada nuevo ciclo de enfrentamientos presenta alguna variación. Por ejemplo, en noviembre, fue la invención de las motos-ambulancia, un vehículo ideal para sacar a los heridos de las angostas calles donde se situaba el frente de batalla. En el actual, la omnipresencia de los símbolos futbolísticos, y muy especialmente las banderas del Ahly, el club al que pertenecían la mayoría de las víctimas en la masacre de Port Said.

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Este bucle infinito en el que ha caído la turbia transición egipcia se debe a la incapacidad de los jóvenes activistas de acumular suficiente masa crítica para conseguir su objetivo último: derribar a la Junta Militar. Una buena parte de la población ansía recuperar la estabilidad, pues cree que con ella mejorará la maltrecha situación económica. Por ello, en lugar de lanzar una nueva ola revolucionaria, prefiere esperar al 30 de junio, fecha en la que los militares han prometido que entregarán el poder al futuro presidente electo. Ahora bien, detrás de la apariencia estable de este panorama cíclico, se esconde una importante transformación en el mapa político egipcio que podría alterar esta ecuación: la constitución del primer Parlamento representativo de la voluntad popular.

La marca electoral de los Hermanos Musulmanes, que quedó al borde de la mayoría absoluta en las legislativas, tiene la legitimidad y la capacidad de alterar el equilibrio de fuerzas entre Tahrir y la Junta. Hasta ahora, se ha decantado por apuntalar el calendario castrense, pero la presión popular tras una tragedia como la de Port Said podría forzarles a reconsiderar su posición, algo que no sería extraño a tenor del carácter voluble y oportunista de los islamistas egipcios.

Manifestantes trasladan a un herido en choques con las fuerzas del orden en El Cairo.
Manifestantes trasladan a un herido en choques con las fuerzas del orden en El Cairo.SUHAIB SALEM (REUTERS)

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