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Columna
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Camps es ya un lastre

El expresidente Francisco Camps es un hombre afortunado y no tanto por las altas cotas de poder que ha escalado como por el capital de amistades que le ha confortado y tutelado a lo largo de su carrera política y, sobre todo, en esta última y tan aciaga etapa. En la memoria de todos está la temeraria resolución absolutoria del juez Juan Luis de la Rúa -"más que un amigo"-, el obsequioso afecto de ese "amiguito del alma" que es o ha sido Álvaro Pérez, llamado El Bigotes, o los mismos cinco miembros del jurado que acaban de absolverlo plantándole cara a las abrumadoras evidencias condenatorias. Todos ellos y esos otros, no tan innumerables como incondicionales feligreses, que han apostado por su inocencia y la han celebrado con alharacas, revelan que el líder ha gozado de sólidos apoyos además de una fiel, incluso vasta, clientela.

Pero eso ha sido en otros tiempos, antes de sufrir el implacable desgaste social y moral del banquillo, con la mortificante divulgación de las cuitas y entretelas probatorias de una vergonzante depredación de la vida pública autonómica bajo el imperio del PP, mucho más, decimos, que de esa tontaina penal que es el cohecho impropio por el que ha sido juzgado. Ahora, y al margen del indulgente veredicto, ya no es un líder injustamente herido, sino un lastre para su partido que daba por cierta la condena y la liquidación del entuerto, esto es: todo lo que el dirigente valenciano representa como icono de la corrupción y el despilfarro. Con él en danza, difícilmente podrá su sucesor, Alberto Fabra, pasar hoja, como quiere, y proyectar sin estridencias una imagen de renovación y decencia.

No es sorprendente que algunos pesos pesados del PP se hayan apresurado a recomendarle a Camps una temporada de reflexión y descanso ante la irreversibilidad de los acontecimientos y el riesgo de conflictos. El ex molt honorable tiene garantizada una opulenta jubilación y mientras los suyos gobiernen -lo que va para largo- no le faltará un curro aparente en el que distraer su ocio: el Consejo de Cultura, el Jurídico o cualquier otra futilidad similar. Peridis sugiere que le envíen de embajador al Vaticano, donde podría lucir su ropero y, especialmente, ese uniforme diplomático tan fardón salpicado de medallones, charreteras y escapularios. Lo importante es que dé un paso atrás o al lado y que ponga punto en boca. A poco que se descuide, por otra parte, puede concluir su tránsito por la vida laboral sin haber dado un palo al agua ni haber dejado de pisar moqueta. No son muchas las vocaciones políticas que logran tal momio.

Otra cosa es el papel que le incumbe a la oposición y en este caso al PSPV como parte acusadora en la causa. Igual obtenía mejor rédito político dejando las cosas como están, lo que supone alentar el aludido conflicto interno del PP. Pero no sería decente. A poco que la sentencia lo ampare debe formularse el recurso al Tribunal Supremo y tratar de que se restaure la justicia del caso y se enmiende el disparate del jurado popular, nunca mejor descrito. Esta Comunidad ya va apañada con su fama de paraíso de la cleptomanía como para abonar la de carajal judicial, lo que acaso venga a ser por desgracia una y misma cosa.

Y una última nota acerca del juicio que ha ocupado la actualidad y es para resaltar la actitud pertinente que ha observado a lo largo de la vista el exsecretario general del PP, Ricardo Costa. Todo un contraste con las extravagancias de su conmilitón.

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