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La carrera por El Elíseo

Hollande acelera el desafío contra Sarkozy

El líder de los socialistas franceses se dispone a desvelar su programa electoral - Acorralado por la crisis, el presidente lanzará su campaña en el último minuto

Hoy quedará oficiosamente abierta la larga, incierta y ya veremos si apasionante campaña de las presidenciales francesas de abril y mayo de 2012. Faltan 90 días para la primera vuelta, el 22 de abril, y el favorito en los sondeos, el socialista François Hollande, hará hoy su primer gran discurso electoral en Le Bourget, cerca de París. El jueves, el candidato del Partido Socialista (PS) presentará el programa llamado a devolver a la izquierda al Elíseo por primera vez en más de tres lustros, desde el fin del mandato de François Mitterrand. Si Hollande venciera al presidente saliente, Nicolas Sarkozy, el azul que tiñe hoy el 80% del mapa de la vieja y deprimida Europa empezaría a girar hacia el rojo por la segunda economía de la Unión Europea. Aunque sin exagerar. El PS tira más bien a rosa que a rojo, la ideología en las presidenciales suele contar menos que la estatura republicano-monárquica, y todo apunta a que esta vez la clave será la capacidad para domar el caballo de una crisis nacional y continental que está a punto de volver a entrar en recesión.

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Púdico, templado y racional, el clásico enarca (titulado de la Escuela Nacional de Administración) de toda la vida, Hollande se presenta ante los franceses como el candidato de la normalidad, la unidad y la esperanza. Tras un quinquenio muy marcado por el nervio hiperactivo de Sarkozy, Hollande trata de parecerse al bálsamo que necesita Francia. Pero, como ha escrito Sylvie Pierre-Brossolette en Le Point, va a necesitar también "carisma, credibilidad y combatividad" si quiere convencer a los franceses de que es el hombre adecuado para conducir el timón de una nave escorada por la deuda (1,8 billones de euros), el desempleo (2,9 millones de parados) y la creciente incertidumbre sobre la sostenibilidad del Estado de bienestar.

A su favor, Hollande tiene sobre todo el hartazgo, el rechazo que muchos compatriotas sienten hacia Sarkozy, al que culpan de un balance económico nefasto y sellado por la atribulada pérdida de la triple A decretada por Standard & Poor's. Un gran número de ciudadanos achacan también al presidente la degradación ética y democrática de una República que en 2007 había prometido convertir en "irreprochable". Y recelan de su activismo proalemán, siempre de la mano y un paso por detrás de Angela Merkel. Pero Europa es un arma de doble filo tanto para el decidido Sarkozy como para el indeciso Hollande: de un lado, el único camino sensato parece la alianza y la convergencia fiscal con Berlín; pero la Francia del no a Europa, rural y obrera, es muy reacia a ceder más soberanía. Sarkozy ha intentado hacer pedagogía proalemana. Los socialistas deben todavía resolver ese crucigrama.

Seducir a la Francia huraña y silenciosa, cuyas tripas deciden en gran medida las elecciones por encima de lo que crea o diga el país culto, europeísta y refinado de París y las ciudades, es el gran reto de los 15 aspirantes que han declarado querer ser presidentes de Francia, algunos de los cuales quedarán en la cuneta porque no podrán alcanzar a tiempo las reglamentarias firmas de 50 alcaldes. Sarkozy sabe que el partido se juega ahí, en el centro profundo del país, y ha dedicado enorme atención a esos votantes en los últimos meses para tratar de evitar que apoyen a la tercera favorita, la ultraderechista Marine Le Pen, cuya subida en los sondeos abre la puerta a toda clase de derivadas inquietantes.

Hoy por hoy, nadie descarta que el Frente Nacional se pueda colar en la segunda vuelta como hizo en 2002, y la pesadilla (paneuropea) que supondría ver a una defensora de la xenofobia, el racismo y la salida del euro coronando en cabeza el primer puerto suena menos descabellada que nunca. Las encuestas revelan que la antipolítica, el nacionalismo, la antiglobalización y el rechazo a los partidos tradicionales pueden convertirse en factores de peso. Sobre todo si Hollande y Sarkozy no elevan el nivel de debate.

La pérdida de prestigio del socialismo francés y europeo; la ausencia de respuestas de la izquierda a la rampante deriva ultraliberal, la parálisis progresista ante la creciente desintegración europea y la proverbial tendencia a polemizar internamente en público del PS francés son algunos elementos que hacen dudar de que la anunciada victoria de Hollande vaya a ser cómoda.

La derecha confía en que la conservadora Francia será fiel a sí misma en un momento delicado de miedo al presente, fragilidad social, sangría industrial y amenaza de recesión, e intentará aprovechar la precaria pax germánica firmada por Sarkozy para presentar el nuevo tratado europeo como estandarte del activismo del jefe del Estado y prueba de la escasa fiabilidad de Hollande. Juzgado por muchos como un socialista de centro-derecha, sin experiencia de Gobierno y aquejado a menudo de ataques de indefinición, no es menos cierto que Hollande ha convertido esos defectos en virtudes. Y, como dice Pierre-Brossolette, "los franceses esperan ahora un padre de la patria, no un Zorro vengador".

Esa es la gran rémora para Sarkozy, que deberá hacer malabarismos para contrarrestar el infalible efecto dominó titulado "el que gobierna en la crisis palma en las urnas". Convencer otra vez a una mayoría -y a dos vueltas- de que él sigue siendo el capitán ideal para la tormenta, el líder que pondrá a trabajar a Francia, el refundador del sagrado Estado del bienestar y del salvaje capitalismo mundial habiendo fracasado en todos esos intentos sería, más que improbable, un milagro.

En cinco años de reinado, el presidente ha perdido su preciada triple A tres meses antes del voto, se ha visto salpicado por numerosos escándalos de corrupción de amigos y conocidos, ha aumentado la deuda en 600.000 millones y el paro en un millón de personas, ha incurrido en frecuentes caídas de estilo, ninguneado a adversarios, periodistas, africanos y viandantes; expulsado a gitanos en masa, adoptado un papel subordinado ante Alemania y emprendido aventuras y desventuras bélicas sin lograr evitar la sensación de pérdida de grandeur e influencia. Un balance realmente duro de disimular y más aún de levantar. Pero enterrar por adelantado a un tipo tan hábil y peleón sería una temeridad.

El mejor resumen, en todo caso, lo ha hecho Hollande al pedir a los suyos disciplina y regañarles durante una reunión celebrada esta semana en el cuartel general socialista del carísimo distrito VII de París: "Tenemos todo para ganar, y si no lo hacemos la culpa será solo nuestra".

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, durante un acto público en Mulhouse (este del país), el pasado 10 de enero.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, durante un acto público en Mulhouse (este del país), el pasado 10 de enero.VINCENT KESSLER (REUTERS)

Secundarios en liza

Además del socialista Hollande y la ultraderechista Le Pen, otros candidatos tratan de retar a Sarkozy.

- François Bayrou. El aspirante centrista llegó tercero en 2007 y viaja hoy cuarto en los sondeos con un 14%. Sarkozy intenta reclutarlo, pero Bayrou sueña con la segunda vuelta.

- Eva Joly. La eurodiputada ecologista acabará dando su apoyo en la segunda vuelta al Partido Socialista.

- Dominique de Villepin. El ex primer ministro de Chirac y enemigo íntimo del presidente trata de ganar visibilidad y de arañar algunos votos a Sarkozy con su nuevo partido, República Solidaria.

- Jean-Pierre Chevènement. Ministro de casi todo en los años ochenta y noventa, el veterano senador, euroescéptico y exsocialista, vuelve a la carga tras intentarlo en 2002.

- Christine Boutin. Integrista católica y presidenta del Partido Cristiano Demócrata, amenaza con lanzar una todavía ignota "bomba electoral" contra Sarkozy.

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