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Columna
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Desiertos

Hace unos días y en estas mismas páginas, nuestro ilustre decano, don Xosé Manuel Pereiro, hacía a un tiempo el resumen del año pasado y de lo que está por venir. En un análisis lúcido resaltaba la obviedad de que mientras en el mundo y en el resto del estado ha pasado de todo, en Galicia no ha pasado nada más allá de lo tradicional (el caso del Igape, pongamos por ídem), lo que tenía que pasar (la desaparición del Códice Calixtino) o el aburrimiento ante el desmantelamiento del apareamiento del financiamiento (a lo de las caixas se refería Pereiro). Quizá, y permítasenos el atrevimiento, se dejaba en el tintero un comportamiento neuronal importante y detectable en la termografía axial computerizada (TAC) de cualquier cerebro gallego. Cuando se nos pregunta: "¿Existe Galicia?"; la respuesta inevitable es: "Y luego... ¡Existirá...!" (intenten poner acento del Morrazo leyendo esto en voz alta). Este tiempo verbal autóctono significa a la vez "ha de existir", "existe", "puede que sí y puede que no", "vaya usted a saber" y un montón de cosas más que dejamos en manos de la filología y la lógica de predicados a modo de deberes para la próxima evaluación. Por su parte, Xosé Manuel Beiras resaltaba la coincidencia de la muerte de Isaac Díaz Pardo con la descomposición cultural, lingüística, económica, social, política de un país que empieza a confundir, por ejemplo, la retranca con el trancazo y el pulpo con el púlpito gracias a (o por culpa de) una nueva invasión cultural (y lingüística, económica, etc...) contra la que nuestros tataranietos tendrán que lidiar a brazo partido una vez más.

Es esta, pues, una Galicia con la memoria del futuro que le espera al resto del planeta

Que tanto Pereiro como Beiras se llamen Xosé Manuel no es sino una casualidad provocada por la estadística: aunque ahora resulte difícil de creer, hubo un tiempo en el que a la gente no se la podía llamar Brais, Soraya o C-3PO sin que el cura bautista pusiera el grito en el cielo con la consiguiente furia divina que fulminaba de inmediato a los padres sacrílegos. Pero esto no es más que una anécdota. Lo importante es el carácter apocalíptico de sus afirmaciones casi simultáneas. Un apocalipsis educado y bien llevado pero apocalipsis al fin y al cabo. Eso sí: esto en Galicia ya lo tenían asumido nuestros antepasados cuando les dio por coleccionar topónimos para tanto minifundio. Sin entrar en consideraciones administrativas por un quítame allá esta parroquia o ponme acá este lugar, en Galicia tenemos sitios con nombres tan exóticos como Japón, Roma o Corea. Los originales (o los copiones, vaya usted a saber) coleccionan por orden maremotos, caídas de imperios y dictadores con sobrepeso luciendo tupé lisérgico. Dios, Darwin y Stephen Hawking, o sea la Santísima Trinidad, crearon el universo a imagen y semejanza de Galicia.

Y alguien preguntará que dónde están nuestros desiertos y nuestra materia oscura. Fácil: esta última se puede detectar, que no tocar, en las jubilaciones de banqueros tan intangibles como los neutrinos. ¿Y nuestros desiertos? Pues también fácil: cerca de Boiro está Exipto, con su pequeña Gran Pirámide y todo. Y en Monte Gaiás, el color, la forma y las sombras de ACDC (A Cidade Da Cultura) no hacen sino provocar una lagrimita en recuerdo de Ramsés II de tan faraónico como nos lo han puesto, con su copita de perlas disueltas en vinagre servida en la inauguración. Es esta, pues, una Galicia con la memoria del futuro que le espera al resto del planeta; pero también un planeta degradado, como Plutón, a la categoría de pedrusco en órbita alrededor de una estrella bipolar: me quiere / no me quiere. Como quien deshoja una margarita.

Cuando el compositor francés Edgar Varèse pisó, tras los pasos de su compatriota Julio Verne, la ría de Vigo de paso hacia América, pensó en todo esto para poner títulos a sus obras: Gargantúa (1909, obra perdida), Más luz (Mehr Licht, 1911, obra perdida), Afinando (Tuning up, 1947) y, sobre todas, Desiertos (Déserts, 1954). El mensaje estaba claro: aquí comemos y bebemos como bestias, casi siempre está nublado, nos falta el puntito de afinación y estamos dejando vacío todo lo demás. Y luego habrá quien diga que la música es abstracta.

julian@discosdefreno.com

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