El vínculo de Messi con el Barça
Messi ganó el Balón de Oro, tal y como estaba cantado, por tercera vez consecutiva, lo que solo había logrado Platini. Los registros de La Pulga en 2011 no admitían comparación desde el punto de vista cuantitativo ni cualitativo después de marcar 53 goles, ganar cinco títulos y ser decisivo en las cuatro finales disputadas además de la Liga. El delantero se supera con el tiempo y su regularidad es tan manifiesta que se cruzan apuestas para saber cuándo batirá el récord de César como pichichi del Barcelona (210 goles frente a 235). Ni Cruyff ni Van Basten, también tres veces ganadores del Balón de Oro, tuvieron la continuidad de Messi.
A sus 24 años, la duda está en el número de trofeos que conquistará Messi y en el puesto que ocupará en la clasificación de figuras legendarias que integran Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Los pronósticos son optimistas incluso después de que su último partido le dejara en mal lugar. La grandeza del Espanyol estuvo en que discutió la mayoría de los activos de los que presume el Barça: el entrenador (Pochettino tuteó a Guardiola), la cantera (la metropolitana fue tan competitiva como la rural) y el compromiso con el estilo. Nada sorprendente, en cualquier caso, si se tiene en cuenta la errática trayectoria barcelonista en cancha ajena: cuatro empates, una derrota y tres victorias, dos por 0-1, resultado que quiso administrar precisamente en Cornellà-El Prat.
A sus 24 años, la duda está en el puesto que ocupará entre Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona
A los equipos españoles parece que les va mejor jugar contra el Barcelona que ante el Madrid, quizá porque el juego es más descifrable que los goles, una suerte que el grupo de Mourinho domina de manera admirablemente salvaje. Alinear a tres centrocampistas permitió al Espanyol desconectar al Barça, reducir su juego interior, partir sus líneas. El Barça es como un árbol de Navidad: pierde encanto a la que se funde una bombilla. El arrebato de Piqué no puede ser el último recurso cuando queda aislado Messi. La Pulga solo ha marcado un gol en cancha ajena, dato que invita más a la autocrítica que a la autocomplacencia; mejor no remitirse a los árbitros, que le negaron un penalti en Valencia y ante el Espanyol y un gol en Getafe.
Guardiola ha montado un equipo para que Messi sea cada día mejor futbolista con el beneplácito del vestuario, gobernado por la cantera. El poder es compartido de la misma manera que el único ego consentido es el de La Pulga. Así que ahora mismo, tal y como funciona el Barça, la mejor noticia es que Messi gane el Balón de Oro y, como ocurrió ayer, lo comparta con Xavi. Lo contrario, que se lo concedieran a Xavi y se lo repartiera con Messi, sería difícil de soportar para el argentino. Adjudicado el trofeo a quien más lo quiere y merece, ahora le toca a Messi devolver con goles el afecto que le tiene el Barça.
Los compañeros le tolerarán que juegue con dolor de panza y que no sea sustituido ni cuando pide el cambio como pasó el domingo siempre que su comportamiento en la cancha sea intachable. No es casualidad que Guardiola haya juntado a los mejores en la alineación. El técnico está convencido de que compiten entre ellos, quieren demostrarse que cada uno es el mejor en lo suyo, necesitan sentirse imprescindibles. El día que falle la mezcla o alguno dimita, al entrenador no le quedará más remedio que repensar el equipo, como ya pasó cuando no encajó Ibrahimovic. La diferencia es que hoy no hay ningún cuerpo extraño en un vestuario edificado a la medida de La Pulga.
Messi no debería olvidar que los capitanes fueron al encuentro de Laporta para que tomara decisiones cuando dimitió Ronaldinho. El éxito de La Pulga es también el de Xavi por la misma regla de tres que su fracaso sería el del equipo, como pasó con Argentina, razón de más para que ambos renueven el vínculo. Messi necesita el Balón de Oro y el Barça a Messi. Acostumbrados a la excelencia, no parece tan difícil. Visto desde la normalidad, cada vez es más complicado.
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