'Aperitivi' en la Nápoles ardiente
Más Italia que nunca, ocaso y esplendor, la ciudad barroca muestra su teatro de vida mediterránea
A veces me imagino una ciudad como un casillero de almas, un bazar de decorados para una historia. Las calles de Nápoles son un teatro, su luz tiene sombras dramáticas. Pese a todo, sus actores son alegres y orgullosos, hay música, y la melodía resulta familiar. Nápoles no es Italia, me había dicho displicente un hombre en la estación de Roma, a punto de coger el tren. Yo encontré, en todos los sentidos, una ciudad en capas, desdoblada en estratos que progresan del subsuelo de sus catacumbas hasta la opulencia borbónica de las colinas de Capodimonte y Vomero. Allí la vi abrazar la bahía abigarrada y anárquica contra el perfil del Vesubio, salpicada de cúpulas y edificios rojos y ocres, latiendo en un laberinto bullicioso de callejas traspasadas de tendales donde languidecen iglesias y palacios, donde una atmósfera umbría hace brillar el empedrado como si el tiempo le sacara lustre. Luego, lejos de Nápoles, el recuerdo esboza el mapa de una ciudad italiana que se queda para siempre en la memoria.
Cuentan que los griegos fundaron Nápoles donde el mar lanzó el cuerpo inerte de Parténope, la sirena enamorada a cuyo canto se resistió Ulises amarrado al mástil de su barco. El centro histórico conserva aquel trazado primitivo, por eso desde el Vomero parece herido por la profunda estría de Spaccanapoli, una de las tres decumani que la cruzaban. Es una larga línea cuyo tramo más vivo son las calles de San Biagio dei Librai y la de Benedetto Croce. Entre las dos se abre la Piazza San Domenico Maggiore con su basílica y sus cuatro palacios, donde los ventanales de Scaturchio invitan a su deliciosa sfogliatella o sus pasteles babà empapados de ron. Al fondo de la calle, en la Piazza del Gesú, hay una iglesia adornada de picos que era el palacio Sanseverino. Antes de que terremotos y bombardeos las destruyeran, esta era la ciudad de las quinientas cúpulas. Tras los ajados muros de los templos hallará tesoros como el claustro de azulejos de Santa Chiara o el ábside paleocristiano de San Giorgio Maggiore. También los napolitanos veneran a vírgenes y santos en pequeñas capillas que albergan los muros y esquinazos en muchas calles del centro. Pese a lo que le sugiera la decadencia de edificios y antiguos palacios, en muchos de sus pisos habitan arquitectos, diseñadores y artistas. En el palacio Filomarino de la Via Benedetto Croce vivió este filósofo y escritor los últimos años de su vida, y en ella fundó el Instituto Italiano de Estudios Históricos. Algunas de estas mansiones barrocas y modernistas se han convertido en exquisitos hoteles, como el Decumani en el palacio Riario Sforza o el Constantinopoli 104, cerca de la Piazza Bellini. En esta plaza, junto a los restos de las murallas griegas y frente al monasterio de Sant'Antonio, un puñado de cafés literarios como el vetusto Intra Moenia animan la tarde. Por todas partes hay talleres de artesanía con máscaras y pulcinellas, postales con la Tavola Strozzi del Museo Capodimonte, antigüedades y trastos de segunda mano. En la Via San Gregorio Armeno los artesanos de belenes trabajan sus primorosas figuras todo el año. Aunque quizá la calle comercial por excelencia es la Via Toledo, que Stendhal definió como la más poblada y alegre del universo, y que bordea el Quarteri Spagnoli desde la plaza del Plebiscito hasta la de Dante, donde el poeta preside el hemiciclo del Foro Carolino con sus 26 estatuas de virtudes reales. Cerca, el Museo Arqueológico guarda lo mejor de Pompeya y Herculano. Bajando la calle hay un acceso a la galería acristalada Humberto I, similar a la de Milán, y se llega a la Piazza Trieste y Trento. Aquí, opuesto al Teatro San Carlo, está el elegante café Gambrinus con sus salones belle époque donde hacían tertulia Maupassant y Oscar Wilde. Cuando visitó Nápoles en 1817, Stendhal asistió en San Carlo al Otello de Rossini y a la Cenicienta de Duport, en uno de cuyos actos intervenía un escuadrón de 48 caballos. Deslumbrado por la magnificencia y las dimensiones del teatro, lo comparó con el palacio de algún emperador de Oriente.
Los mercados de flores
La plaza del Plebiscito es un fabuloso óvalo entre el palacio Real y la basílica de San Francesco di Paola, con su gran cúpula redonda imitando al panteón de Roma. El palacio tiene un Teatrino di Corte adornado de figuras de papel maché y una de las bibliotecas más importantes del país, que guarda pergaminos de Herculano. A los pies del Castel Nuovo, cerca del teatro, hay mercado de flores. Este es el más impresionante de los cuatro castillos que tiene Nápoles, por su tamaño y por el arco renacentista de mármol blanco con relieves encajado como una ficha entre dos torreones de piedra volcánica. Boccaccio se alojó en él acogido por los Anjou, y los napolitanos dicen que aquí escribió El Decamerón. También dicen que Virgilio escondió un huevo en el Castel dell'Ovo, en el islote de Megaris. Sus muros de toba emergen del agua en el pequeño puerto de Borgo Marinaro rodeados de cafés y restaurantes que ofrecen la pesca del día y los spaghetti al cartoccio, horneados con marisco en papel de aluminio. El paseo de Lungomare traza la línea entre la ciudad y la ilusoria quietud de la bahía, y en la Riviera di Chiaia es donde Nápoles se muestra más barroca y elegante. Las callejuelas en torno a la Piazza dei Martiri están repletas de bares y rosticcerias donde al caer la noche los napolitanos toman los aperitivos (aperitivi) por unos seis euros: un vino o cóctel con degustación libre de ensaladas, pizza, mozzarella frita o arancini, las populares bolas de arroz. El paseo llega hasta Mergellina, el barrio de pescadores de donde zarpan barcos a las islas bordeando la costa ámbar de Posillipo y el espejismo rosado de sus ruinas y palacios.
En la noche de año nuevo, al dar las doce, los napolitanos prenden en sus balcones miles de fuegos artificiales que inflaman la ciudad como una antorcha. Quizá la ardiente Nápoles sea más Italia que ninguna, o quizá no haya otra donde ocaso y esplendor caminan de la mano ensuciándose la cara, levantando una polvareda que tizna su semblante de una impetuosa, sanguínea belleza.
» Ana Esteban es autora de La luz bajo el polvo (Ediciones del Viento).
Guía
Dormir
» Hotel Decumani (www.decumani.it; 0039 08 15 51 81 88). Via San Giovanni Maggiore Pignatelli, 15. Nápoles. La doble, 84 euros.
» Hotel Constantinopoli 104 (0039 08 15 57 10 35; www.costantinopoli104.com). Santa Maria di Constantinopoli, 104. 150 euros.
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