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Columna
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2012

Ustedes tendrán sus propias ideas al respecto. Yo opino que el 2012 no va a ser un año demasiado simpático. A los gastos aplazados del pasado se unirán los intereses inaplazables del futuro. Los cabreos inútiles, las tardes de domingo, el chequeo médico, las llamadas perdidas, los parientes cercanos, las primas de riesgo, los lunes mortales y el frío de las noches muy largas. Para capear el 2012 va a haber que ser como mínimo mujer brava, bombero o huelguista del metal, que viene a ser un poco lo mismo.

Pero no se me derrumbe. La vida continuará mal que bien por lo menos unos kilómetros a la redonda de donde cada cual tiene echada el ancla, como ha ocurrido siempre. Sobrevivir es el arte de salvar el momento: el nacimiento de un hijo, la impresión difícilmente explicable de llegar de noche a un paisaje nevado, la primera vez en el Museo del Prado, las risas compartidas en una cena con amigos, una tarde de invierno en el sofá viendo El Padrino con vino y tabla de quesos, la realización de un sueño que parecía imposible, una noche loca, (si además es polvo enamorado, que diría Quevedo, ya ni les cuento...). Habrá momentos irrepetibles, claro que los habrá.

Supongo que también seguirá habiendo tipos que cifrarán esos momentos en metálico: los primeros veinte kilos trincados, el regalo de un reloj de gama alta, o de un traje a medida o de un coche de lujo, porque esa gente es incombustible. Aunque, francamente, no creo que el año que entra nos depare ningún espectáculo más tremebundo que la conversación telefónica entre Correa y Ricardo Costa cuando el primero, en el colmo del peloteo, le dice que él será el próximo presidente del Gobierno y Costa, en lugar de colgarle el teléfono, le contesta:

- No, hombre, que no... que ese será mi hermano.

Solo esa frase resume el estado de las cosas. Y claro. Te haces una composición de lugar.

Como les decía, 2012 será un año poco simpático. A día de hoy nadie tiene la menor idea de cuánto puede durar todavía la crisis ni cuándo se va a acabar el mundo, pero mientras tanto la vida seguirá su curso inexorable. Cada día volverá a amanecer, que no es poco, con la que está cayendo.

Seguirán las malas noticias, por descontado, pero, salvo tragedia apocalíptica algo habrá de bueno a partir de ahora: nadie tendrá que salir de Euskadi para poder jugar al fútbol con sus hijos, ni olerá a quemado en las Casas del Pueblo, a ningún profesor se le caerán las llaves al mirar si le han puesto una bomba lapa en los bajos del coche, no habrá más ventanas cerradas ni cartas con matasellos del infierno. Y eso no es mucho, pero es algo y Nacho Vegas cantará ocho y medio con voz triste y también habrá días como hoy en que una articulista de opinión podrá ocuparse de estos pequeños asuntos triviales de cada día, sin necesidad de ponerse a salvar el mundo a columnazo limpio. Aunque nunca se sabe.

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