Las malas noticias
Hay un dicho periodístico que dice que una buena noticia no es noticia. Este año que está a punto de concluir nos hemos tenido este problema en los medios de comunicación: ha sido un año cargado de malas noticias. A veces los lectores se quejan de que no se puede leer un periódico, ni escuchar la radio ni ver la televisión sin descubrir que todo a nuestro alrededor es un completo horror. El año que está a punto de concluir ha sido un horror.
La crisis no es solo un problema económico es también la principal arma de una estrategia social. Un modo de imponer unas reglas de juego por parte de los mercados, un negocio redondo para los especuladores y un mecanismo de defensa de las grandes corporaciones bancarias. El sistema se sustenta en una premisa: el miedo. La crisis lleva implícito el miedo a la pérdida del puesto de trabajo; el convencimiento de que hay que renunciar a parte de los derechos alcanzados por miedo a perderlos todos; la obligación de medir el bienestar con parámetros estadísticos, por miedo a no tener bienestar alguno. Y todo ello, desde la necesidad de ofrecer todos los días un número suficiente de malas noticias que tengan la capacidad de mantener al personal amedrentado y sin posibilidad de reacción. Con el miedo metido en el cuerpo.
Todos los cambios que está experimentado el mundo económico, para empeorar nuestras vidas, tienen como precedente una mala noticia. La subida de la prima de riesgo, el peligro a una recesión, el desplome de las bolsas, la ralentización de la economía... El año ha sido un anuncio constante de que venía el lobo. El lobo aparecía en los mercados, en los parqués, en los centros de trabajo, entre los empleados públicos... Y, curiosamente, ahuyentar al lobo ha sido una responsabilidad exclusiva de los ciudadanos, como usuarios de algunos de los logros alcanzados por el Estado de bienestar: sanidad, educación, ley de dependencia, prestaciones por desempleo. Nunca ha venido el lobo para comerse a los responsables de los desmanes especulativos, ni a los que rompieron el saco con su avaricia. El lobo, únicamente, ha tenido ojos para los mismos.
Al escritor y académico Emilio Lledó le preguntaron una vez por la tendencia de los medios de comunicación a publicar siempre malas noticias y dijo: "Lo negativo existe; existen la violencia y mil monstruosidades, y no se pueden ni se deben ocultar. Pero un mundo alimentado solo con noticias catastróficas crea desesperación y lo hace invivible". Aunque de una parte sustancial de este mundo "invivible" que estamos creando hay un nivel importante de responsabilidad en los medios de comunicación, mucho me temo que el problema nos sobrepasa. Ya escribí que todos los siglos han tenido su miedo a algo. La peste fue el miedo en la Edad Media. Ahora, el miedo a la pérdida del empleo es la peste del siglo XXI. Los medios de comunicación, al final, no somos más que un fiel reflejo de la sociedad en la que estamos implantados. Y los medios, por tanto, constatamos ahora el miedo en todas sus variantes, incluido el miedo de nosotros mismos a cuestionar lo que, a todas luces, habría que empezar a cuestionarse.
Juan Arias, defensor del lector en este periódico, se planteó ya en 1995 la existencia real en los medios de comunicación de un cierto agobio de "malas noticias" que nos invadían por todas partes. Y alertaba sobre la depresión que este hecho podría ocasionar en los lectores, cuestionándose además si el buen periodismo es el que presenta la idea de un mundo o una sociedad sin "esperanza". Ese ente que se llama mercado nos ha hecho creer que el mundo que vivíamos estaba siendo un privilegio que no nos podíamos permitir y nos ha llenado la vida de tantas malas noticias que esto empieza a ser insoportable. Y lo peor es que los medios de comunicación hemos comprado el miedo que nos vendían los mercados, y lo hemos instalado en las portadas. Quizás, por puro miedo.
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