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Columna
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Un destino sin interés

Los hoteleros acaban de advertir a Sonia Castedo que Alicante se ha convertido en un destino sin interés para los turistas. Un descenso en el número de pernoctaciones, una disminución de los vuelos en las compañías de bajo coste, han hecho saltar las alarmas. No es la primera vez que los hoteleros alicantinos denuncian una situación semejante. Si repasásemos las páginas de los diarios, comprobaríamos que el mismo hecho se ha producido, con ligeras variantes, en ocasiones próximas. No parece, sin embargo, que hayamos avanzado gran cosa en la solución de estos problemas.

Siempre me ha sorprendido que pretendiendo ser Alicante una ciudad turística, los alicantinos prestásemos tan poca atención a estos asuntos. Los problemas de Alicante no son, es evidente, de sol y playa. Tenemos sol en abundancia y nuestras playas suelen estar, por lo general, limpias y bien cuidadas. Los problemas de Alicante comienzan precisamente cuando nos hemos cansado de tomar el sol y dejamos la playa. Por decirlo de una manera más precisa, ¿qué ofrece Alicante fuera de la temporada de sol y playa? Esa es -o, al menos, me parece a mí- la cuestión para la que los hoteleros piden una respuesta.

Quizá el primer trabajo que deberíamos acometer fuera el de transformar Alicante en una verdadera ciudad turística. Esto puede parecer una paradoja, pero no lo es. Alicante nunca se ha propuesto seriamente convertirse en una ciudad atractiva para el visitante. Más allá de aprovechar las condiciones naturales, es muy poco lo que hemos hecho en ese sentido. No hablaré de nuestra proverbial incapacidad para construir un palacio de congresos, no. Me refiero a que Alicante ha carecido de un proyecto para dotarse de elementos que atraigan al viajero. Aquí, no ha existido jamás una política turística, ni nos hemos preocupado por el futuro. Es probable que las excelentes condiciones del territorio hayan tenido un efecto sedante sobre los problemas, y aplazaran la búsqueda de soluciones.

Convertir una ciudad en destino turístico -que es la única manera posible de asegurar un flujo continuo de visitantes- exige un trabajo inteligente y continuado. Benidorm hizo esa tarea en su momento; Barcelona, en una época más reciente. Son dos ejemplos admirables. Pero esa labor, en contra de lo que algunos creen, no consiste en una simple promoción de la ciudad. Si el producto que promocionamos carece de sustancia, si no logramos crear una marca que se mantenga en el tiempo, el efecto publicitario se agota y los visitantes disminuyen. Es lo que le ha sucedido a Valencia, donde el desinterés de sus autoridades por aprovechar el efecto de la Copa del América ha llevado a los resultados actuales. Barcelona no necesita realizar todos los meses un evento para llenar sus hoteles.

Las reivindicaciones de los hoteleros alicantinos son todas ellas muy razonables, pero no veo cómo podrían atenderse. Sus problemas son demasiado enormes porque son los mismos que padece la ciudad. Todos responden a una misma causa: falta de dirección. Existe una Corporación municipal, pero la ciudad carece de liderazgo. No lo hubo durante los largos años de la alcaldía de Díaz Alperi, ni lo hay en la actualidad. Sonia Castedo vive demasiado absorbida por sus problemas judiciales para que pueda gobernar; es natural que le preocupe más su futuro que el de la ciudad. En estas circunstancias, los hoteleros deberían plantearse resolver ellos mismos sus problemas. A corto plazo, parece la mejor solución.

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