Triunfo de los pequeños
De todas las producciones de esta compañía privada moscovita vistas en Madrid, Cascanueces es la más elaborada y la mejor presentada. La imaginativa escenografía de Zlobin recrea ambientes feéricos y el esmerado vestuario de Epatieva pone la nota de color y la gracia de un dibujo donde no se ciñe a una época, sino a la atmósfera de ensoñación.
Hay ideas muy buenas, como el retablillo del primer acto o el Vals de las flores, el mejor número de la velada; o la inclusión de la muñeca articulada de Coppelia, sutil homenaje a Petipa. Los dos bailarines principales, Duminika Radamaria (una buena encarnación de Masha) y el ya conocido Nariman Bekzjanov (en mejor forma esta vez), son solventes artistas que dominan los roles y en el pas de deux (donde Tarandá, por instinto y suerte para el espectador, ha preservado bastantes figuras y material original de la lectura canónica de Lev Ivanov) se muestran seguros y en estilo. Sin embargo, los aplausos extemporáneos de los niños participantes (los más brillantes de la función, disciplinados y muy en su papel) o el reclamo del personaje Droselmeyer pidiendo palmas a compás enturbian el resultado. Algún maestro-repetidor debía enseñarles esa máxima básica: los aplausos de escena en el ballet académico deben ser siempre parte de una pantomima muda para no interferir groseramente en la música, que en este caso concreto, es el bien mayor.
CASCANUECES
Ballet Imperial Ruso. Coreografía: Gediminas Tarandá. Música: P. I. Chaikovski. Escenografía: Andrei Zlobin. Vestuario: Anna Epatieva. Teatro Compac-Gran Vía. Hasta el 22 de enero.
Los más pequeños, destinatarios de la representación, se lo pasan bien, y ojalá alguien les explique, junto al cuento de navidad, que el ballet también existe a una escala mayor y soñada.
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