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Tribuna
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De ayer a hoy

Entre el congreso que hoy inicia el PSC y el anterior, celebrado en el mismo escenario hace tres años y medio, existe al menos una diferencia que resultará bien visible desde esta misma mañana en el aparcamiento y la entrada del recinto congresual: la caída en picado del número de coches oficiales y de escoltas con pinganillo, que en julio de 2008 formaban, los unos una fila interminable, y los otros casi un congreso paralelo. Este fin de semana, en cambio, acompañarán todo lo más a un expresidente de la Generalitat y a una ministra en tiempo de descuento, porque es probable que la mayoría de los alcaldes socialistas aún en ejercicio prefieran acercarse a la Diagonal en vehículo privado. Si se trata de marcar un nuevo estilo, harían muy sabiamente...

Dudo que al PSC le baste con tres días para corregir todos los errores acumulados y, además, elegir un nuevo liderazgo

En todo caso, el 12º congreso del socialismo catalán llega con un año de retraso y sin que, a lo largo de estos 13 meses agónicos, se haya producido ninguna catarsis interna, ninguna asunción clara de errores y responsabilidades, excepto la dimisión formal pero no efectiva de José Montilla de la primera secretaría. La dirección saliente, en su conjunto, ha encajado las sucesivas derrotas de noviembre, mayo y noviembre como una cadena de fatalidades imputables a la crisis económica, a la quiebra general de la socialdemocracia europea o a otras causas igualmente amorfas, y llega al congreso sin haber hecho esa autocrítica rigurosa que es el punto de partida para cualquier regeneración.

Pero, con ser importante, esta no es la más difícil de las asignaturas pendientes. Lo es en mayor grado redefinir la identidad del partido mientras las lealtades colectivas se hallan en mutación. Fue durante el congreso anterior, el 11º, cuando el presidente Montilla le espetó a Rodríguez Zapatero aquella frase tan celebrada de "te queremos mucho, José Luis, pero queremos más a Cataluña". Hoy, tras la sentencia del Estatuto, tras los reiterados engaños e incumplimientos del Gobierno de ZP -el último, el de los 759 millones de la adicional tercera-, esas florituras verbales ya no bastan. Tampoco sirve repetir como un mantra la apuesta federalista, que, lejos de encontrar en España ecos favorable, topa con actitudes como las de José Bono. ¿Es dentro de ese PSOE, el de los Bono, Guerra, Fernández Vara, Barreda, etcétera, donde el candidato Pere Navarro quiere que el PSC gane influencia? ¿No sería más útil debatir en serio qué entiende el congreso por ser un "partido soberano" y obrar en consecuencia, sin miedo a una improbable resurrección de Pablo Iglesias en el Baix Llobregat?

También de puertas adentro la tarea es colosal, porque hace lustros que el aparato y los cargos institucionales se han ido comiendo aquel partido de militantes desinteresados e ideológicamente motivados de finales de los setenta. Ese aparato a propósito del cual Miquel Iceta, con sinceridad que le honra, ha preguntado: "Pero ¿es que hay alguien más aparato que yo?". Y esos cargos que han hecho del carnet un modus vivendi, un seguro contra el paro, y del PSC una sociedad de socorros mutuos. Permítanme señalar, sin ninguna animadversión personal, un ejemplo concreto: la señora Iolanda Pineda. Alcaldesa de Salt y aspirante a la reelección hasta el pasado mes de mayo, perdió los comicios locales pero, en lugar de ejercer el liderazgo de la oposición en un municipio donde no habría estado ociosa, decidió irse -o decidieron mandarla- al Congreso de los Diputados. El 20-N no logró el segundo escaño socialista de Girona por muy poco, y hela aquí a los 15 días convertida en senadora autonómica... O sea, tres vocaciones distintas en apenas seis meses.

Después de que las altas cuotas de poder institucional y la subsiguiente ilusión de hegemonía hubieran tapado los problemas, ahora al PSC se le presentan todos de golpe: necesita nuevas estrategia y táctica, definir una política de alianzas, corregir una práctica organizativa viciada, elegir un nuevo liderazgo, posicionarse con respecto al PSOE, mojarse o no por Carme Chacón... Dudo que baste con tres días.

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Joan B. Culla i Clarà es historiador

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