Siempre tienen razón
Ha sido una semana excepcional, con más días especiales que días normales entre domingo y domingo, cuatro días de fiesta. En el pasado, cuando existían los trajes de domingo, no hubiera habido traje para tanto domingo. La semana última parecía la semana española por antonomasia, un exceso de temperamento español, trono y altar, el día de la Constitución y el día de la Inmaculada Concepción, patrona de la Infantería y patrona de España. Como los días de no hacer nada contagian a los días laborables, la semana ha resultado un poco maltrecha, aunque donde vivo, en la costa, en la frontera entre Málaga y Granada, las jornadas han sido de trabajo y negocio, de turismo anémico, tacaño o exhausto de dinero, escaso.
Aquí la economía es de turismo y vacaciones, dependiente de economías forasteras. Es una economía cansada, a la vez vieja y de vanguardia, porque anuncia el mañana, las relaciones sociales futuras, es decir, la eventualidad, el horario laboral abierto, con salarios a la baja y número de horas de trabajo al alza, todas las que horas que hagan falta. Es el modelo que se va extendiendo a todos los sectores del comercio y de la industria, el modelo que consagrará en lo posible la nueva reforma de la reforma laboral que prepara el gobernante español de turno, el PP. No lo sabíamos y resulta que esta zona andaluza era la avanzadilla, el anuncio del mundo por venir.
Parece que esta manera de trabajar, o de comprar y vender el trabajo, es imprescindible para la confianza del mercado, del mercado de bonos. (Oigo hablar del mercado de bonos y me acuerdo de la novela de Scott Fitzgerald El gran Gatsby, que ahora será una película de Leonardo DiCaprio, y que hablaba también del mercado de bonos, pero en los años veinte del siglo pasado, poco antes de la debacle económica de 1929). Parece que vuelve el servilismo hacia el patrón, trabajo libre, dicen, y quieren decir sin contrato ni ley, barato y sin horario fijo. Se está resquebrajando el modelo económico de Europa, lo que la Constitución española llama un "Estado social y democrático de derecho", basado en el reparto de la riqueza a través de la recaudación de impuestos, no a través de la caridad, la filantropía y la buena voluntad de los más ricos, como en el Antiguo Régimen y en la gran América. El mastodóntico modelo económico ruso cayó ya, arruinado, y ahora le toca al modelo europeo.
No hay más remedio, o eso dicen con arrogancia científica, si la economía es una ciencia, y la única economía posible es la angloamericana. Europa era una prueba de que las relaciones entre dinero y comunidad, o entre dinero y política, podían ser algo distintas, pero la prueba está a punto de ser borrada. Aquí nos han ido preparando para los nuevos tiempos: en sus peores momentos de esplendor incluso la Junta de Andalucía, bajo gobierno socialista, ha querido disfrazarse de millonario filantrópico y benefactor universal, apuntándose a la arrogancia del dinero, una fantasmada. Ahora sí que se cierne sobre nosotros la verdadera arrogancia del dinero. Pero el momento debería dar que pensar: la economía que nos presentaban como perfecta, única e inevitable, no era tan perfecta, ni tan única, ni tan inevitable como voceaban los sabios.
Y los gobernantes que se presentaban como responsables de toda la felicidad de los años de riqueza, los que presumían de que gracias a ellos éramos ricos y felices, cuando ha llegado la inseguridad y el miedo, el 30% de paro, la reaparición en las calles de buscadores de basura, se han declarado absolutamente irresponsables de todo, inanes víctimas de las circunstancias. Los responsables de lo bueno son irresponsables de lo malo. Es una fórmula infalible para transmutar la autosatisfacción en autosatisfacción dolorida pero eternamente a salvo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.