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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Motel Empordà

Con mi padre nunca llegábamos a conclusiones sobre si era el motel Empordà el que se hallaba estratégicamente colocado a mitad de la etapa de ida a Italia o vuelta a Barcelona o bien éramos nosotros quienes adaptábamos esa etapa de manera que la hora de comer nos diera indefectiblemente en Figueres. Pensaba en eso el otro día, cuando una imprevista reunión de trabajo retrasó la salida de una excursión al Midi en moto, con el buen amigo fotógrafo Agustí Carbonell, y mira por dónde la hora de comer nos pilló en el motel. Juro que no lo habíamos planificado.

Como tampoco había planificado yo esta crónica, que descubrí que le debía al motel desde el 6 de junio, cuando celebró el cincuentenario de su apertura con un acto al que asistieron los mejores chefs del país -Ferran Adrià, Carme Ruscalleda, Joan Roca, Elena Arzak y Jean Louis Neichel, entre otros- y al que no pude acudir, ¡ay!, por motivos de salud. El azar, que en el caso del motel, queda claro, nunca sabes si lo es del todo o eres tu quien lo fuerza, me permitía ahora recuperar el tema, pues los rastros de ese cincuentenario son todavía muy vivos: una pequeña exposición en la que fue sala de fumadores, un libro de Miquel Berga que celebra ese medio siglo gastronómico (Històries del Motel, Ara Llibres) y un menú del cincuentenario -a 45 euros, vino aparte- que Carbonell y servidor nos zampamos en un santiamén a la salud del establecimiento. Huélanlo: salteado de rovellons, rossinyols, carboneres y moixernons con langostinos; platillo de alcachofas con tripa de bacalao; crepes de marisco y pato con chutney de higos y vino al chocolate. De postre, sorbete de granada y bavarois de vainilla. Para beber, vino ampurdanés: el Ara de Oliver Conti.

Pronto tuvo el establecimiento una clientela fija, entre la que se contaba Josep Pla Cuando abandonaban las cocinas de las casas los platos tradicionales, alguien debía acogerlos

La mejor garantía de esos 50 años pasados y de los 50 que han de seguir es sin duda Jaume Subirós, elegante, afable y discreto chef que empezó a trabajar en el motel a los 11 años y que pasó a regentarlo el 2 de noviembre -¡el día de los muertos!- de 1979, cuando su suegro, Josep Mercader, que contaba apenas 53, murió de un ataque al corazón cuando regresaba de Barcelona... ¡de una visita rutinaria al cardiólogo! ¡Ay, ay, ay, la salud!

"En realidad el motel nunca fue motel, aunque se le conociera y se le siga conociendo por este nombre. Nunca obtuvo la calificación oficial, porque no tenía gasolinera y supermercado. Pero la idea de mi suegro de colocarlo a las afueras de Figueres, en la Nacional II, por donde pasaba todo el turismo de camino a la Costa Brava, siempre hizo de él un motel de carretera". A la entrada, reafirmando ese carácter in itínere, se hallan las chapas de los principales clubes automovilísticos europeos, todo dentro de un aire muy sixty, como la propia arquitectura racionalista del edificio. Muy pronto tuvo el establecimiento una clientela fija, entre la que se contaba Josep Pla, ocupante habitual de la mesa 26. En la exposición el escritor aparece en una fotografía con un paquete de Ducados sobre el mantel. "Tal vez ese día no le esperábamos, porque normalmente yo mismo iba al estanco a comprarle caldo para liar, que era lo que él fumaba", parece excusarse Subirós.

El éxito de este cocinero discreto ha consistido justamente en una sabia combinación de tradición y modernidad que le vino marcada por su suegro. Como escribe Ferran Adrià en el libro, Mercader se inventó una nueva cocina tradicional, pues una ensalada de habas a la menta o una bacalao a la muselina de ajo, siendo platos que partían de la tradición, no eran en absoluto corrientes por la época. Lo que Mercader intuyó y Subirós supo continuar es que en un momento en que la vida empezaba a acelerarse y los platos tradicionales abandonaban las cocinas de las casas, alguien debía encargarse de acogerlos para que no se perdieran y a la vez de darles una suave vuelta de tuerca que justificara la visita a un restaurante gastronómico. Adrià no duda en calificar esa operación de vanguardista y piedra fundadora de los logros posteriores de la cocina catalana.

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Pero, más allá de todo esto, hay algo que un servidor aprecia muy especialmente del motel y es la normalidad con la que siempre han sido acogidos los niños, algo que en la vecina Francia es moneda corriente, pero que en España, tratándose de alta cocina, lo sigue siendo muy poco. Mis hijos han aprendido a comer bien gracias a esa actitud entrañable del motel. Y ya puestos en lo sentimental, no me permitiría cerrar esta crónica sin un recuerdo emocionado para el plateau de quesos de la casa. Así pues, larga vida al motel y que la salud -¡ay!- nos acompañe para disfrutarlo.

Jaume Subirós, junto a una fotografía de la exposición en que se ve a Josep Pla con Josep Mercader.
Jaume Subirós, junto a una fotografía de la exposición en que se ve a Josep Pla con Josep Mercader.AGUSTÍ CARBONELL

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