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Columna
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'Superglue'

Rosa Montero

Ya se sabe que el Hombre siempre tropieza con la misma piedra. La Mujer también. Pensé en esta perla de la sabiduría popular hace dos días, cuando cometí mi enésimo estropicio causado por los pegamentos instantáneos. Soy un caso desesperado con los superglues: cada vez que los utilizo, sucede una catástrofe. Intentando componer una cajita rota, pegué sin querer la madera al asiento de un sofá nuevo de cuero, y al arrancarla rasgué la piel. Hace dos días quise arreglar un jarro de cristal y la base rota se soldó para siempre jamás con la bonita encimera de mi cocina. Por no hablar de cuando se me quedaron pegados dos dedos entre sí y solo la tenaz laboriosidad de las células epiteliales consiguió, tras varios días de esfuerzo, renovar la dermis y liberarme. Pero lo más pasmoso es que, pese a los repetidos fracasos, sigo recurriendo incomprensiblemente al superglue. Lo cual me ha hecho pensar si esto no sería una buena metáfora de la condición humana (los articulistas siempre estamos a la caza de metáforas para llenar nuestros textos).

Un símbolo de esa inquietante falta de memoria y cordura que, por ejemplo, nos lleva a recurrir a los pirómanos para apagar un fuego. Y así, resulta que en lo más profundo de la crisis acabamos de descubrir a los famosos tecnócratas, unos señores a quienes estamos entregando alegremente nuestros destinos en todo el mundo: en Grecia, en Italia, en Estados Unidos. Y lo hacemos sin pararnos a pensar que esos tecnócratas son los mismos banqueros y financieros que nos han metido de cabeza en el hoyo. Y perdónenme la ligereza de este artículo: es por no echarme a llorar, como la ministra de Trabajo italiana (pavor dan esas lágrimas). Maldita sea, ¿es que no nos damos cuenta de que se nos van a volver a pegar los dedos? Pero el Hombre no parece aprender de sus errores. Y la Mujer, tampoco.

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