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Columna
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Sin ceniza

Mientras la economía europea arde sin control, sus autoridades exigen que el papel de los cigarrillos sea ignífugo, es decir, que si no lo chupeteas con una frecuencia obsesiva se apaga solo. El papel no transpira, está encerrado en sí mismo y, en consecuencia, hay que succionarlo con energía desde el otro extremo del cilindro para que cumpla con su tiempo de vida. La disculpa es que las colillas mal apagadas queman el monte, cuando todos sabemos que hay que emplear mucha gasolina para destruirlo, o prenden fuego a los colchones con un viejo encima, sabiendo perfectamente que su muerte es por soledad y abandono de todos los suyos.

La verdad es que el papel ignífugo solo consigue hacernos regresar a la fase oral de nuestra infancia. Nada más. Como adultos sabíamos perfectamente que la mayor parte del pitillo se convertía lentamente en ceniza. Es más, la sabiduría estaba en dejarlo quemar poco a poco, sin fumarlo excesivamente, mientras un hilo gris azulado serpenteaba hacia las alturas. La ceniza crecía hasta un punto imposible y un ligero roce del pulgar la desprendía sobre el cenicero. O se desparramaba sobre el libro, dejando claro que estabas embebido en la lectura, hasta que un breve soplido la despejaba y volvías a sumergirte en las palabras. Ahora ya no, ahora los cigarrillos no se incineran, hay que enterrarlos sin consumir por poco que te descuides.

De acuerdo, lo mejor es dejar de fumar. Pero tampoco es necesario embrutecer el vicio para salvar al animal que está detrás. El papel ignífugo es un gesto más de la Europa que está olvidando modos y maneras de su forma de ser. El dinero se quema sin dejar rastro, las instituciones se entierran antes de consumirse y el bienestar desaparece sin la más leve señal de cenizas. Siempre que Europa intentó construir algo a prueba del tiempo y del fuego, los países se incendiaron y se extendió la miseria. Los buenos tiempos fueron aquellos en los que había vicios privados y virtudes públicas, una manera sabia de convivir.

Aquí mismo se olvidaron hace tiempo los buenos modales y el consumo lento. Instituciones, fundaciones, parques temáticos, grandes acontecimientos, edificios emblemáticos, universidades, ciudades de esto y de lo otro, todas blindadas y atrincheradas con papel ignífugo. Su única forma de sobrevivir era chupando continuamente de ellas, porque de lo contrario mueren y se apagan sin llegar a cumplir su función. El Consell acaba de enterrar a muchas de ellas y las que vendrán después, porque no respiraban en la sociedad valenciana, vivían con la boca pegada a las mismas ubres. Desaparecen sin dejar nada, ni una mísera colilla.

Con todo, la corrupción no es lo más importante. Es que muchos personajes lo quieren fumar todo, ahora, de golpe, sin dejar rastro y sin quemarse. Naturalmente, eso no hay cuerpo social que lo resista.

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