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Columna
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Siria: riesgos y represalias

Sami Naïr

El pueblo sirio está dando una lección de determinación y de coraje al resto del mundo. Lucha solo frente a un régimen sanguinario y despótico que ha saqueado Siria y que solo se ha mantenido gracias a una represión salvaje. Hay ya más de 3.500 muertos, miles de heridos y tantos otros prisioneros torturados en las cárceles de Bachar el Asad. La Liga Árabe ha acabado imponiendo sanciones, aunque nada nos asegura que estas tengan efectos inmediatos sobre el poder sirio. Podemos confiar en que el régimen mafioso de El Asad cargará las consecuencias humanas de estas sanciones sobre la población civil. Las restricciones alimentarias que derivarán de las mismas permitirán a los estafadores y a otros parásitos sacar beneficios de la situación. La vida se encarecerá mucho; el régimen no dudará en culpar de las subidas al embargo. Se plantea pues de nuevo la cuestión de la eficacia de las medidas de represalia. Por otro lado, estas medidas no harán que el régimen asesino se eche atrás. Sus apoyos exteriores, de Rusia a China e Irán, le ayudarán a esquivar estas sanciones.

Turquía no puede dejar que la situación se deteriore, porque están en juego sus intereses

En realidad, las medidas de represalia económica solo son eficaces si se enmarcan dentro de una estrategia gradual de intervención cuyo objetivo, lo queramos o no, sería cambiar el poder político. Pero la Liga Árabe no cuenta en estos momentos con los medios para imponer tal cambio. Necesitaría un ejército, y una legitimidad superior a la de las naciones individuales que la componen. En cuanto a la Unión Europea, fiel a su diplomacia de la palabra impotente, tampoco se moverá, sabiendo que EE UU y Reino Unido, así como Israel, no quieren en modo alguno ver desaparecer el régimen de El Asad. Saben que, debilitado, puede convertirse en su rehén.

Sin embargo, Turquía lleva anunciando desde hace algunas semanas que no puede dejar que la situación se deteriore en Siria, ya que sus intereses estratégicos, interiores y exteriores, se ven directamente afectados. Turquía está legítimamente preocupada ante las consecuencias de una desestabilización profunda del equilibrio nacional sirio. En Siria vive una importante comunidad kurda, sensible a las reivindicaciones nacionalistas del Kurdistán, tanto iraquí como turco, que, ayudada por los servicios sirios, puede servir para alentar disturbios contra Turquía. Además, Turquía comparte más de 800 kilómetros de frontera con Siria, y los refugiados, pero también las armas en caso de una militarización del conflicto, circularán cada vez más en la región. El ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, acaba de declarar: "Si la represión continúa, Turquía está preparada para cualquier escenario. Esperemos que en ningún momento sea necesaria una intervención militar".

Eso es hablar con eufemismos, puesto que el diplomático dice de manera implícita: si las cosas siguen así, intervendremos militarmente. De momento es el ministro de Exteriores quien habla y no el de Defensa, y menos aún el primer ministro. Pero el mensaje se ha entendido perfectamente. Es evidente sin embargo que una intervención militar de Ankara, lejos de resolver el problema sirio, lo complicaría hasta el extremo. Turquía puede desde luego hacer uso de sus propios medios de represalia; controla una parte significativa del caudal de electricidad de Siria y su acceso al agua, además de mantener con ella importantes relaciones comerciales. Puede adaptar estos medios a una estrategia de represalia, pero es evidente que toda acción brutal en estos ámbitos por parte de Turquía provocará estragos humanos y sociales inmensos en Siria. Y nada nos asegura que la población siria vaya a aceptar este tipo de "ayuda". El régimen sirio lo aprovechará para denunciar el imperialismo otomano...

Queda la opción militar. Si se limita a crear una zona de seguridad en la frontera sirio-turca para proteger a las poblaciones que huyen de la represión, habrá que blindar esta zona con una resolución de la ONU y sobre todo recurrir a otras fuerzas además de las turcas. Si se trata, en cambio, de optar por un enfrentamiento militar con las fuerzas del régimen, entonces Turquía se expondrá a una reprobación segura de la opinión pública árabe.

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Turquía es perfectamente consciente de todos estos datos. Podemos tomarnos sus amenazas como una estrategia de aumento de la tensión para obligar a la comunidad internacional a actuar. En realidad, solo una intervención de fuerzas árabes, respaldada por una resolución de la ONU, puede importunar de verdad al régimen de El Asad. Esa es la solución que la ONU debería favorecer.

Traducción de M. Sampons.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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