¡Cuánta pasión!
En 1962 el primer disco de un desconocido vibrafonista italiano llamado Paul Conte se titulaba The italian way to swing. Casi 50 años después ese título se muestra descaradamente premonitorio. El pasado jueves, en el Auditori barcelonés, el autor de aquel EP, ahora ya Paolo Conte y sin vibráfono (solo se acercó a una marimba unos minutos), certificó una vez más que la suya no solo es la vía italiana, sino que se trata de una de las mejores formas de entender y compartir ese algo tan etéreo y a la vez tan reconfortante que llamamos swing.
La nueva visita de Paolo Conte a Barcelona se saldó con un éxito total, apabullante, con todo el público puesto en pie aclamando a un jovencito de 74 años que acababa de ofrecer una actuación redonda, de las que se recuerdan. Las entradas se habían agotado con bastante anterioridad y el ambiente era bullicioso, como si todo el mundo supiera de antemano que iba a vivir una noche especial. Y lo fue.
PAOLO CONTE
Auditori, 1 de diciembre
La velada se abrió con un tema que ya definiría todo lo que vendría después: Cuánta pasión. Y lo más interesante, casi mágico, es que Conte transmite y contagia esa pasión con un aparente distanciamiento que, curiosamente, le hace parecer todavía más cercano.
Vestido de sport, a diferencia de sus músicos, todos uniformados de gala, y escondido tras el piano de cola, Paolo Conte fue desplegando un repertorio que se balanceaba sabiamente entre sus clásicos imprescindibles (Sotto le stelle del jazz, Dancing, Diavolo rosso, Via con me) y algunos temas de su último disco original (Nelson, de hace más de un año), ya que su reciente Gong-oh vuelve a ser una recopilación. Mezcló el italiano con el inglés, el francés y el dialecto de su ciudad natal, Asti, en el Piamonte. Pasó del pasodoble a la milonga, del jazz a la música balcánica y de ahí a la chanson con una naturalidad desbordante. Cantó con su voz profunda y terriblemente rasposa, tocó el piano y el kazú, hizo sus pinitos con la marimba y, recurriendo a su habitual elocuencia escénica, no pronunció ni una palabra en toda la noche, solo los nombres de sus músicos, 10 músicos de alta calidad capaces de tocar un sinfín de instrumentos que lo llenaron todo de color y de ritmo en un contrapunto idóneo a la sobriedad de su líder.
Fue un concierto equilibrado, penetrante, bello y desbordante tanto de swing como de pasión.
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