PSPV, códigos y brújulas
El origen de la crisis generalizada de la socialdemocracia no se debe a razones muy diferentes de las que normalmente podemos imputar a la falta de competitividad de las empresas, las industrias, las regiones, las ciudades o los países. En muchos casos la incapacidad competitiva de tales agentes está anclada en su desconfianza hacia el poder de la investigación, el desarrollo y la innovación, y en un progresivo distanciamiento de quienes tienen el poder real de desencadenar tales procesos de generación de valor.
Si la socialdemocracia quiere reconstruirse como opción mayoritaria necesitará un proyecto solvente de investigación social que le ayude a dar con los nuevos descriptores sociológicos a partir de los que los ciudadanos producen hoy sus representaciones de lo político. Necesitará nuevas herramientas, actitudes de sensibilidad y métodos de escucha.
La socialdemocracia necesita brújulas, y liderazgos que sepan utilizarlas
Desde luego, tendrá que replantearse el sentido funcional de sus métodos de trabajo y otras cuestiones siempre desatendidas, como los flujos de actividad y la capacidad de acogida y de interrelación social de sus sedes físicas. Por supuesto, va a necesitar innovaciones terminológicas, nuevos repertorios, taxonomías y clasificaciones conceptuales. Y cómo no, actitudes innovadoras de liderazgo y de metodología democrática.
Una paradoja en la que no se ha reparado lo suficiente es la de que opciones de tradición intelectual mucho menos consistente que la socialdemocracia basan hoy su estrategia política en dispositivos de observación social mucho más incisivos y penetrantes que los de la izquierda. Organizaciones hipotéticamente menos vinculadas a las fuentes de la inteligencia operan sobre una comprensión intelectual menos defectuosa del funcionamiento de la realidad y en muchos casos han logrado una interlocución bastante más fluida y menos arrogante con las diversas fuentes del talento académico, artístico, emprendedor, creativo o intelectual.
La socialdemocracia se ha vuelto intelectualmente conservadora porque basa sus análisis en una codificación prescriptiva del conflicto social y porque percibe como manifestaciones de brujería todas las aproximaciones empíricas que puedan contradecir el sentido de esa codificación. Como casi siempre ocurre, Valencia es un lugar donde las paradojas, los dilemas y las contradicciones generales adquieren una claridad arquetípica hacia cada uno de sus dos extremos particulares.
En muy pocos lugares los conservadores han entendido mejor que aquí la relación que la eficacia electoral tiene con cosas como el sentido de la pertenencia y de la identidad, con las hegemonías culturales, las dinámicas afectivas, la claridad de las imágenes y el poder sugestivo de las interpretaciones.
Del lado progresista, cada uno de los esfuerzos intelectuales y las innovaciones que debe acometer con urgencia el relanzamiento de la socialdemocracia, tienen su antípoda más evidente en el permanente estado de excepción, la decadencia fotogénica y el activismo contraintelectual que tan paradigmáticamente ejemplifica el caudillismo rural del secretario general de los socialistas valencianos.
A la socialdemocracia le encantaría que el cuerpo electoral atribuyese a la distinción izquierda-derecha la misma función mental que las audiencias futbolísticas conceden a cada uno de los hemisferios de un estadio deportivo. Pero tal vez más importante que esa distinción, sea ahora la exploración del espacio diálectico que, en términos de objetivos y de valores, separará siempre las porterías de los equipos rivales.
El campo del juego político se ha redefinido por completo. Es más inestable, menos euclídeo, más infiel, más líquido, más sutil y más cuántico. La socialdemocracia necesita algo más que una simple actualización, está pendiente de una revolución cognitiva. La única operación viable es detectar los nuevos ángulos libres desde los que es razonable disparar contra la portería contraria.
Habrá que recordar que ninguna revolución se hizo con los códigos y los mapas antiguos entre las manos. Para avanzar de nuevo es mejor recurrir a las indicaciones de la brújula, que no da el trazado ni predetermina el camino, pero no pierde nunca el sentido de la orientación.
Hoy es preciso atender a los valores de libertad, igualdad, solidaridad y justicia social con la máxima capacidad de abstracción y detectar los nuevos ángulos libres desde los que puede ser eficaz disparar contra las porterías contrarias para defenderlos.
Para los sustancialistas del código la abstracción es siempre una fórmula de desistimiento, porque creen que todas las respuestas podrán ser halladas en su aplicación. Pero nada es más ridículo que acusar a una brújula (aunque sea ideológica) de desistimiento, porque gracias a la obstinación magnética de sus orientaciones es el instrumento más insobornable para garantizar que podrá llegarse a un determinado lugar.
La socialdemocracia necesita brújulas. Y liderazgos que sepan utilizarlas.
Carlos González Triviño pertenece a la ejecutiva del PSPV-PSOE de Valencia.
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