Los chinos y la cerveza

Algunos chinos han roto su tradicional discreción para protestar, pancartas en mano, contra el Ayuntamiento de Madrid. El pasado lunes se echaron a la calle unos 300 comerciantes que regentan esas tiendas de ultramarinos en los que se encuentra casi de todo y, sobre todo, a cualquier hora. Aseguran que si no pueden vender alcohol el negocio se hunde. Acusan a algunas juntas de distrito de negarles las licencias pertinentes por pura discriminación racial, puesto que los españoles no tienen tales problemas y citan comercios como Opencor, que también permanecen abiertos durante largas horas del día y disponen de la correspondiente licencia para vender alcohol.

El Ayuntamiento de Madrid ha dicho que no discrimina, pero que seguirá cerrando el paso al alcohol para evitar el botellón allá donde haya "zonas de ocio", un criterio, en definitiva, lo suficientemente amplio como para impedir la venta de alcohol en casi cualquier lugar que se le antoje, si tenemos en cuenta que la calle es el mejor lugar de ocio de un adolescente.

Parece evidente que los comerciantes chinos tienen un problema y que, quizá, tengan algo de razón; de otro modo no se hubieran atrevido a tomar la calle ni contarían con el apoyo de la Federación de Empresarios de la Comunidad de Madrid. Algunos dicen llevar esperando la licencia desde que hace cuatro años la pidieron. La mayoría prefiere contravenir las reglas y pagar costosas multas (de 30.000 a 240.000 euros) porque aseguran que si no despachan una cerveza el cliente se va sin comprar nada. El Ayuntamiento, en vez de limitarse a desmentir con una lacónica frase las acusaciones, debería aclarar cuanto antes, con datos, si trata a estos ciudadanos de manera diferente o no.

Es de justicia que haya explicaciones. Pero, además, la novedad que conlleva este conflicto es el cambio de actitud de los emprendedores chinos. Ya no solo trabajan sin desmayo como corresponde a su fama, sino que esta colonia (casi 170.000 chinos en España) se suma a las huelgas generales, se asocia, se manifiesta y hasta habla ya un castellano más que suficiente como para reclamar sus derechos. Un respeto.