Sobre las luces de Navidad

La carta de la Asociación Nacional de Fabricantes de Iluminación (EL PAÍS, 22 de noviembre) en la que se argumenta la necesidad de alumbrado navideño resulta una desfachatez. Pocos ciudadanos son conscientes de que el alumbrado público supone uno de los mayores gastos anuales de los Ayuntamientos. En vez de aplaudir la contención en esta partida, se propone la adquisición de nuevas luces (a estos fabricantes, claro) para ahorrar en el futuro cuando apenas se han amortizado los hilos luminosos que se compraron no hace tanto para sustituir a las bombillas.

Si, como se afirma, el alumbrado decorativo sirve para incentivar el consumo en los pequeños comercios, ¿no debería apagarse cuando se cierran? Antes, cuando las calles no estaban sobreiluminadas, los adornos lucían sin necesidad de tanta potencia. ¿Por qué no reducir proporcionalmente el alumbrado de las calles cuando llevan iluminación ornamental? Así no se aumentaría la factura mensual y se realzaría la decoración a un tiempo. Pero ¿por qué no limitarlo a un mes de encendido, en lugar de mes y medio?

Por otro lado, si los leds son tan respetuosos para el medio como se da a entender, ¿cómo es que en países como Francia e Italia están en cuestión por parte de organismos oficiales, debido a dudas sobre su inocuidad (por su alto brillo y radiación en el azul)? ¿Y por qué, al mencionar sus beneficios ambientales, no merece también un comentario la contaminación lumínica del cielo, que estos días se dispara? Es claro que las propuestas de los fabricantes no son las únicas válidas para adornar sin gastar más. Y que, hoy día, los Magos de Oriente no lograrían seguir ninguna estrella.