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Columna
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La memoria de Almunia

Cuando Joaquín Almunia dimitió tras la derrota electoral del PSOE en el año 2000 escribió un libro titulado Memorias Políticas. En él incluyó anécdotas de su relación con Felipe González, de cómo fue viviendo el distanciamiento de este último con Guerra o de cómo fue el recorrido del PSOE hasta la llegada de Zapatero. Hay un pasaje que habla de la crisis de liderazgo que provocó en el partido la marcha de González: "La renuncia de Felipe y mi elección como secretario general fueron apresuradas y mal digeridas por los afiliados. Éstos demostraron en las primarias que sus ansias de cambio no habían quedado en absoluto saciadas".

El PSOE no supo saciar los deseos de cambio de sus militantes, ni tampoco del electorado. El propio Almunia admitió que la pérdida de 1,6 millones de votos fue consecuencia de cierta parálisis interna: "Nos exigieron cambios, y algunos hemos hecho, pero el electorado ha considerado que no los suficientes y no han aceptado una propuesta de cambio cuando no han visto cambios ni en las estructuras ni en las personas del partido". Tras la derrota, los líderes regionales del PSOE pactaron las personas que iban a componer el órgano de dirección que tenía que preparar el congreso para elegir al nuevo líder. El resultado final ya lo conocen: a los barones les salió el tiro por la culata y un diputado de León rompió el guión que éstos habían escrito de antemano, al representar mejor que la vieja guardia los deseos de cambio que había entre la militancia.

La actual crisis económica, además de llevarse al PSOE de las instituciones, se está llevando cualquier posibilidad de debate interno en el seno de esta organización. La elección de Rubalcaba como candidato a la presidencia del Gobierno fue un claro ejemplo. La dirección socialista hurtó a los militantes la posibilidad de elegir al candidato en unas primarias y frustró los deseos de pedir responsabilidades a muchos dirigentes locales tras los catastróficos resultados de las municipales. En la elección del nuevo secretario general, al menos en Andalucía, todo hace indicar que se va a repetir la fórmula, apelar a la unidad y descartar cualquier debate sobre qué PSOE quieren sus militantes y qué dirigentes quieren que les lidere.

Posiblemente no tengan otra salida, ya que dentro de cinco meses está en juego el Gobierno de la comunidad autónoma. Pero, deberán admitir los dirigentes socialistas que sus militantes llevan en Andalucía acatando sin rechistar acontecimientos importantes: la elección de Griñán, el batacazo de las municipales, la nominación de Rubalcaba, el varapalo de las generales, y ahora la elección del nuevo secretario general.

Hay militantes que quieren dejar de hablar de nombres y discutir sobre un nuevo modelo de partido; que plantean remodelar unas estructuras anquilosadas y unos procedimientos internos, como mínimo, poco democráticos; o un sistema de ascensos que premie la capacidad y no la fidelidad. Incluso reclaman una obviedad: enhebrar un discurso de izquierdas en un partido que se proclama de izquierda.

El PSOE en Andalucía, apelando a la unidad, quizás pueda mantener la presidencia de la Junta dentro de cinco meses. O quizás no. Pero sin cambiar nada, sin discutir nada, sin que nadie quiera asumir responsabilidad alguna por nada, lo va a tener difícil como partido. El PSOE empieza a tener una organización dividida en dos, los cargos públicos y los militantes. Con crisis o sin crisis, llevan sufriendo una enorme desafección de su electorado desde hace décadas. Y ese problema -la desafección- empieza a ser igual de importante en parte de su militancia. Están saliendo voces nuevas a las que les está costando digerir esto y que tienen "ansias de cambios que no son saciados". Lo percibió ya Almunia hace once años. Y la solución no es volver una década atrás, con cuatro millones y medio de votantes menos.

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