Supo a poco
Todo el mundo estuvo pendiente de los gestos de los posibles candidatos a la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE, sobre todo de Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. Pero fueron ellos, y quizás algún tapado, quienes observaron lo que decían los 50 miembros que intervinieron en el máximo órgano de los socialistas entre congresos antes de formalizar su decisión de presentarse. A fin de cuentas, la sesión era para convocar el congreso de febrero, fijar sus reglas y para que Zapatero y Rubalcaba rindieran cuentas tras la estrepitosa derrota electoral que, unida a la de mayo, ha dejado al PSOE con muy escaso poder institucional.
La mayoría de los intervinientes asumieron que la crisis, traducida en casi cinco millones de parados, ha sido la causa principal de la derrota del 20-N. Pero reivindicaron un nuevo proyecto de salida de la recesión en línea con los partidos socialistas europeos en la oposición y cuya base sea que la política controle a los mercados y no al revés como sucede en la actual gobernanza de la Unión Europea, que tanto afecta a España.
Faltó debate sobre la escasez de banquillo, el tipo de oposición al PP y la salida a la crisis
A bastantes les supo a poco que, tras una derrota tan espectacular, las intervenciones de Zapatero y Rubalcaba no hubieran incidido más en una autocrítica sobre la actuación del Gobierno durante la crisis, sobre la propia campaña, la escasez de un banquillo de dirigentes jóvenes o sobre cómo organizar la oposición al Gobierno del PP. Solo Zapatero, ya de salida del Ejecutivo y de la dirección del PSOE, hizo un apunte autocrítico al admitir que, si bien la crisis era la clave de una derrota tan espectacular, había habido errores en su gestión y en la comunicación. Y lo precisó en cómo, tras los recortes de mayo de 2010, no acertaron "a integrar su explicación en un discurso global y coherente".
Era la primera vez que Zapatero se pronunciaba sobre el momento en que el PSOE empezó a caer de forma espectacular en las encuestas para aclarar que el error no estuvo en las medidas -"no había alternativa", insistió ayer- sino en la ausencia de explicación. Era otro paso tras admitir en el pasado el reconocimiento tardío de la crisis y el retraso en pinchar la burbuja inmobiliaria.
Rubalcaba ni eso. Mantuvo otra actitud porque está predispuesto a ser candidato a la secretaría general como ayer se vislumbró. Intervino dos veces. Al inicio, tras Zapatero, y al final de la sesión, que no la cerró el secretario general sino él.
Y lo aprovechó para reivindicar que el programa con el que se presentó el 20-N es precisamente ese proyecto renovador que ayer reclamaron los dirigentes en sus intervenciones. Recordó, incluso, que así lo calificó el coordinador del programa electoral, Jesús Caldera. Pudo argumentar también que no hubo rechazo a ese programa porque el voto perdido por los socialistas apenas había ido al PP.
También tuvo la habilidad de reivindicar dos rasgos del legado de Zapatero como secretario general del PSOE y presidente del Gobierno y que le venían al pelo en el momento actual: su capacidad integradora, tras ganar el 35 Congreso, al contar con otros líderes que habían rivalizado con él -entre ellos el propio Rubalcaba- y su sentido de Estado al colocar los intereses generales por encima de los del partido. Son apuntes de un programa como líder del PSOE que reivindica integración interna y una oposición responsable al Gobierno del PP, como la que Zapatero hizo a Aznar entre 2000 y 2004.
Rubalcaba dio ayer la primera batalla para la secretaría general sin formalizarla. No consta si otros darán el paso. Algunos creen que Chacón lo hará. El Comité federal del PSOE aprobó unas reglas para posibilitarlo porque está extendida la idea de que la nueva secretaría general debe estar ampliamente legitimada.
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