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LAS COLECCIONES DE EL PAÍS
Columna
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El principio de todo

Casi todas las claves que desarrollaría después en su obra están ya ahí. Barrios urbanos de Lima en los años cincuenta; la atmósfera cortante de los Andes y los arenales de la costa del norte de Perú, donde pasó parte de su infancia. Relaciones al borde del enfrentamiento, luchas internas y también peleas físicas relatadas con un realismo preciso e incisivo. Mentiras, rivalidad, traiciones y lo contrario, la inquietud de los enamoramientos y la fidelidad del amigo. El primer libro que publicó Mario Vargas Llosa, Los jefes (1959), es un banco de pruebas en el que surgen ya escenarios familiares y hasta algunos personajes que tardarían décadas en ser protagonistas de alguna de sus novelas. La infancia es el río al que siempre se vuelve. Y más para un escritor. El agua fluye, cambia, no se sumerge en la misma corriente pero el río sigue siendo el paisaje y la fuente de la que bebe.

'Los jefes / Los cachorros', de Vargas Llosa, mañana, por 7,95 euros

Mario Vargas Llosa tenía 23 años cuando publicó ese primer libro compuesto por seis cuentos, que ganó el Premio Leopoldo Alas. El relato impregnado de realismo urbano era entonces una de las formas literarias que más se cultivaba en América Latina y en Perú en particular. Sin embargo, el joven Vargas Llosa se distanció de la corriente que imponía un sesgo ideológico de izquierda como norma. Le interesaba describir la realidad en toda su crudeza, sí, pero el tufo panfletario le repelía. Dos periódicos de gran circulación publicaron, antes de verlos reunidos en libro, los cuentos El abuelo y Los jefes. Presentó El desafío a un concurso literario, que ganó. El premio era un viaje a París. Una ciudad que ejercería posteriormente un papel fundamental en su formación como escritor. Pero la ficción de este autor estaba todavía anclada en la realidad de su país y lo estaría por muchos años más.

El volumen de esta semana en la Biblioteca Vargas Llosa incluye también el relato largo Los cachorros (1967). La historia de un niño castrado por un perro, que va automarginándose dentro del grupo de sus amistades. La narración, sin embargo, no recae solo en el personaje que le da título. Es el grupo de amigos, es el barrio -el viejo Miraflores- en el que vive con sus reglas y convenciones, el que recoge esas historias. Tanto este relato como los anteriores se desarrolla en el seno de una sociedad en la que prevalecen los prejuicios machistas. Y son estos muchas veces los que desencadenan los dramas y tragedias que cuenta. Vargas Llosa pone a prueba también en estas páginas un estilo ágil, arriesgado. Sonidos y diálogos entrecruzados para aproximarse al universo adolescente de entonces. Una musicalidad rebelde se desprende de esa prosa que arrastra al lector por situaciones al límite.

Es interesante volver a estas obras iniciales teniendo en perspectiva el grueso de su obra posterior. Se da entonces la posibilidad de una doble lectura, el descubrir lo que ese escritor debutante no sabía todavía que era el germen de novelas posteriores. Estructuras narrativas que estrenaba, que inventaba con un gozo y energía que aún se deja sentir en la lectura. Es el joven Vargas Llosa, es el grito de afirmación de un escritor ante un paisaje inmenso que le pertenece y que sigue recorriendo.

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