Los clásicos se reinventan
En un plazo de 24 horas Madrid ha sido testigo del esfuerzo de algunos intérpretes de música clásica por salirse de la rigidez de las formas consolidadas, estableciendo nuevos puentes de comunicación con un público abierto o, al menos, curioso. Me refiero al recital de Pilar Jurado en el teatro Coliseum sobre música de cine y ópera, y a la espontánea interpretación de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid de una comedia madrigalesca de Banchieri en el Auditorio.
Pilar Jurado es una artista que se manifiesta con gran desenvoltura haga lo que haga. Tiene en su expediente la nota de distinción de ser la única mujer de la que se ha estrenado una ópera en el Real, ha grabado discos modélicos de compositores como Franco Donatoni y se ha embarcado en aventuras inclasificables de ópera-cabaret como Transópera. No es, pues, extraño que salga airosa de un espectáculo musical como Una voz de cine, con incursiones en bandas sonoras tan diferentes en estilo como las de West Side story, Los paraguas de Cherburgo, Sonrisas y lágrimas o Cinema Paradiso. Pilar Jurado es intuitiva y carismática, pero, sobre todo, trabaja como una leona para sacar adelante sus ideas. No se echa atrás por nada y así, en medio de la fiebre cinéfila, se cambia de vestido y entona arias de ópera de Haendel, Bellini, Bizet o, en las propinas, Puccini, demostrando de dónde le viene su inspiración o, si se quiere, dónde están sus raíces. Tiene en esta ocasión un guion a su medida, y cuenta con un quinteto de acompañamiento, de corte jazzístico, encabezado por un inspirado Tony Carmona a la guitarra eléctrica. Ella canta, medita, baila o seduce con una pasmosa naturalidad. Triunfa, claro, y rompe fronteras, que de eso se trata.
Temática gastronómica
Lo del lunes en el Auditorio fue otra historia. Se anunciaba como un concierto gastronómico y lo fue, más allá de que las obras tuviesen relación temática con el vino o la nata montada. En particular Il festino, de Banchieri, fue una fiesta, con el director, los músicos y coristas vestidos de calle moviéndose, riendo, brindando y contagiando al público de la alegría de una comedia madrigalesca contemporánea de los orígenes de la ópera. En la segunda parte todo volvió a su cauce. La ropa de gala sustituía a las camisas de rayas y las deportivas. Era la hora de López López y Richard Strauss. El inventor de estas historias inéditas y transgresoras es José Ramón Encinar. Habrá que levantarle un monumento por su derroche de imaginación creadora.
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