"Me atrae lo que me da miedo"
Viéndole caminar por la calle, gorro de lana, chupa con el escudo de su querido San Lorenzo y una bolsa de plástico con libros, andar pausado y mirada amable, nadie diría que es toda una estrella del cine de Hollywood. Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) ha aparcado de momento las grandes producciones cinematográficas para encerrarse en un teatro de Madrid, en las naves del Matadero, y poner en marcha junto a Carme Elías Purgatorio, la obra sobre el perdón y la culpa escrita por Ariel Dorfman y que ya ha colgado el cartel de no hay entradas. Supone su vuelta al teatro tras más de 20 años y es la primera vez que lo hace en español, idioma que aprendió en su infancia en Argentina. Además de en la cartelera teatral su nombre ejerce irresistible magnetismo desde la cinematográfica. Mañana estrena en España su tercera colaboración con David Cronenberg en la película Un método peligroso, en la que da atribulada vida a Sigmund Freud.
Tiene una obra en cartel y estrena un filme a las órdenes de Cronenberg
El de Purgatorio no ha sido un proceso fácil. Ni mucho menos rápido. La obra no se pudo representar hace dos años debido a un problema familiar de Mortensen -la enfermedad de su madre- y los ensayos se tuvieron que suspender. "Me dolió entonces defraudar a la actriz, al teatro, al público. Tenía necesidad de cerrar este círculo. Me alegro de haberlo hecho, me siento bien. El texto de Purgatorio es complicado, endiablado, difícil y creo que ahora lo hemos ido afinando, perfeccionando. Está claro que a veces vale la pena esperar por las cosas buenas". Mortensen, de hablar tranquilo y reflexivo, considera un honor pisar el escenario del Matadero, ese en el que ha disfrutado con "estupendos actores y buenas producciones".
¿Qué le ha llevado al teatro? "El miedo. He hecho teatro porque me daba miedo. Me atrae todo aquello que me da miedo. No es como en el cine, que haces una toma y luego puedes hacer otra y otra. El teatro es una única toma en directo de una hora y 40 minutos, depende de la función. Es una aventura nueva cada noche. Si te sales del carril a ver cómo vuelves". Esa sensación de miedo y aventura es la que también se empeña en llevar al cine, donde acaba de terminar el rodaje de Todos tenemos un plan, de la novel argentina Ana Piterbarg.
Tiene la sensación de que nunca se había topado con dos personajes, el de Freud y el de Purgatorio, que hablaran tanto. "Pero hay que contarlo todo", defiende. "Es muy útil y sano hablar de todo, como hacía Freud, descifrar las cosas, buscar vinculaciones, confesar sin ser juzgado, que se permita decir todo, sentir. Me parece genial". Y él lo hace y habla del perdón que late detrás de Purgatorio y del arrepentimiento. "Todo se puede perdonar, otra cosa es que se haga o no. No es fácil el perdón y entiendo que haya gente que no pueda perdonar, pero poderse se puede con todo. Es interesante comprobar cómo gente muy conservadora y católica, por ejemplo, me hayan criticado y hayan comentado que era imperdonable que yo dijera que se podía perdonar a ETA, cuando el perdón es, creo, el sentimiento más cristiano que hay".
El intérprete de Aragorn en El señor de los anillos, el perverso Alatriste de la película de Agustín Díaz Yanes, el malvado de Una historia de violencia o el padre angustiado de La carretera. Todos los personajes que aborda este actor nacen de un exhaustivo y obsesivo trabajo.
¿Es parte de su éxito? "No lo sé. Cada uno tiene su manera de hacer las cosas A mí me encanta el periodo de preparación, imaginarme los personajes y jugar como cuando era niño. En mi profesión creo que es muy útil preservar esa afición, ese gusto por jugar". Y así para enfrentarse a Freud ha viajado a Viena, ha leído centenares de libros, buscado fotos, estudiado. Solo centrándose en los puros que se fumaba el psicoanalista vienés ha compartido decenas de correos electrónicos con Cronenberg. "Con otros muchos directores, por no decir la mayoría, no tengo la seguridad de que ese proceso de preparación tan personal y privado lo pueda compartir. Con Cronenberg es diferente, entiende ese proceso y le gusta. Ya sé de antemano que el rodaje va a ser divertido y bueno y que la película está bien. Es una garantía".
Esa obsesión de Mortensen le lleva a buscar el lado poético de todo lo que hace -"siempre hay algo tierno en las personas, todos han sido niños y un niño no empieza siendo malo, eso no desaparece nunca del todo"- y se apunta a la frase de Freud: "No importa donde yo vaya, allí siempre me encuentro que me ha precedido un poeta".
Al salir a la calle no se encuentra con un poeta, sino con un chico argentino. "¿Eres Viggo? "Sí". "Me lo he imaginado cuando he visto el escudo de San Lorenzo". Su querido San Lorenzo. Y entonces, sí: el rostro de Mortensen es pura poesía.
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