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Columna
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América Latina y la seducción de Pekín

En 1904 un presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, proclamaba la hora del Pacífico, que estaba preparado, aseguraba, para tomar el relevo del Atlántico, es decir, de Europa. Como buen visionario, se anticipaba a unos acontecimientos que hoy se están haciendo realidad, pero no con Washington, sino Pekín, como primer actor.

América Latina aspira a disfrutar su cuota en el fenomenal crecimiento chino y del Pacífico asiático en general, y Pekín busca en la iberoesfera una fuente de materias primas, sobre todo de origen mineral. Entre los países en mejor disposición para ese aprovechamiento, aparte de Brasil, que por su gigantismo y reservas de crudo se recomienda por sí solo, están Perú, Chile, Colombia y México, que apuestan por un nuevo eje mundial centrado en el océano de Balboa. Las cuatro naciones ribereñas firmaron este año el Acuerdo de Asociación Transpacífico (Pacific Partnership), que aspira a convertirse en la zona de libre comercio mayor del mundo.

Latinoamérica aspira a disfrutar de su cuota en el fenomenal crecimiento chino y del Pacífico

El 60% de las exportaciones chilenas se dirigen ya a los 21 países de la APEC -la zona hormiguea de siglas económi-cas-; Perú sueña con esa conocida metáfora de Obras Públicas que la convertiría en puerta del mundo latinoamericano, en especial de Argentina y Brasil; México trata de reorientar una economía que siempre vio a Asia como rival ante Estados Unidos, país que recibe el 80% de sus exportaciones; y Colombia adopta el goloso eslogan de "paraíso de la inversión". Los cuatro del Pacífico sumaron en 2010 el 55% de las exportaciones de toda América Latina, por valor de 438.000 millones de dólares, con un crecimiento de cerca del 25% anual desde 2005. China ya es el primer socio de Chile y Brasil, segundo de Argentina y Perú, y Latinoamérica en su conjunto, el quinto partenaire del coloso asiático. Esta semana se ha celebrado en Lima la V Cumbre China-América con la presencia de 400 empresas chinas, otras tantas peruanas, y 200 de países de la región. Pekín podría desplazar muy pronto a la UE del segundo lugar, solo superado por Estados Unidos, como comprador y vendedor en América Latina.

Esas cifras contrastan con la hecatombe económica europea, que tiene algo de revancha a ojos latinoamericanos y, notablemente, de la exmetrópoli, que solo dirige un 5,7% de su comercio exterior a sus antiguas colonias, pero no cuentan toda la historia. Las exportaciones de América Latina solo constituyen el 6% del total de importaciones chinas, de las que gran parte corresponde a Brasil; la inversión directa de Pekín es sensiblemente inferior a la que se dirige a otra gran fuente de materias primas, África, y está casi exclusivamente concentrada en la minería. A Latinoamérica le hace mucha más falta China que a China América Latina, por lo que en época de apreturas Pekín tendría la sartén por el mango.

China, que en 1995 importaba 500.000 barriles diarios de petróleo, requería en 2010 cinco millones, y se calcula que su voracidad energética crecerá en un 120% de aquí a 2035. Como informaba The Wall Street Journal, sobrepasaba el año pasado a Estados Unidos como primer consumidor mundial de energía. Por el momento eso solo afecta en América Latina a Venezuela, que suministra a Pekín 419.000 barriles diarios de crudo, y tiene dificultades en aumentar esa cifra por su generosidad políticamente inspirada con Cuba, Nicaragua e islas antillanas. Por esa razón, los yacimientos descubiertos en aguas del Atlántico brasileño, y cuya explotación aún no ha comenzado, podría consolidar un eje de intereses entre ambos países, al tiempo que reforzaría las aspiraciones de gran potencia de Brasilia. Una entente sino-brasileña no dejaría de preocupar al otro gran devorador de petróleo, Estados Unidos, cada vez menos activo en lo que un día se calificó de su patio trasero.

Pekín se halla en una posición similar a la de Washington al término de la II Guerra Mundial, cuando ya comenzaban a escasear sus reservas de petróleo, y debía diseñar una política de acceso a las fuentes de energía, hoy reflejada en la alianza con Arabia Saudí y las monarquías del Golfo. China no puede, obviamente, competir en poder blando con Washington, de igual forma que tampoco Confucio con Hollywood. Y por ello tiene que recurrir a llamativas pero modestas donaciones, llave en mano, como el estadio de San José, en el que la roja hizo recientemente el ridículo. La seducción oriental no será, sin embargo, irresistible hasta que una flota de guerra china señoree las aguas del Pacífico latinoamericano.

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