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Columna
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Vuelve la vieja dama

Mover cuatro diputados en Galicia desde la izquierda a la derecha es similar a lo que ocurre en el resto del Reino de España: un cambio de ciclo en favor de los conservadores y una caída de socialistas y nacionalistas hasta sabe dios cuándo y dónde. La crisis ha barrido en Europa a gobiernos progresistas y conservadores, pues los electorados son simplemente reactivos y, en general o con frecuencia, sus mecanismos cognitivos de atribución de responsabilidad no van mucho más allá de esa forma primaria de reaccionar. A veces sí, y entonces nos sorprenden también a los analistas, que consideramos que el llamado voto económico se explicita en forma de debacle para el que está gobernando. No siempre, o no siempre de esa forma tan radical y, probablemente, acrítica.

Al fondo, un creciente malestar cívico contra todo y contra todos va dándole música a la desafección

El dominio postelectoral que se anuncia es, por tanto, el dominio político del PP y de la derecha en general, extrema derecha incluida. Consideraciones políticas al margen, las soluciones económicas que se anuncian (contención del gasto y recortes profundos al Estado de bienestar, exclusivamente) son, en criterio de economistas americanos y japoneses, sobre todo, un error estratégico de largo alcance. No crearán empleo, y tenderán a estimular su pérdida si no se acompañan de otras medidas.

Para ellos, la necesidad de nuevas entradas de capital en el sistema (en general a través de importantes reformas fiscales que se concentran, sobre todo, en las clases más poderosas de la estructura social) es decisiva para estimular al mismo sistema, reactivar el crecimiento y crear empleo. Lo contrario de lo que aquí va a hacer el gobierno de la derecha, si confirma su holgado triunfo y su no-programa previo. Todo señala a eso.

Al fondo del escenario, un creciente malestar cívico contra todo y contra todos (15-M y similares) va dándole música a la desafección de la ciudadanía hacia la política y los políticos, a los que considera culpables de todos los males. Si solo fuera una desafección hacia estas cosas, podría considerarse momentánea e irrelevante, pero, tras esa desafección, hay también una ambigua impugnación de la democracia que no es tranquilizadora para nadie. Sobre esa base desafecta se han construido todos los males de la política en el pasado siglo XX.

A veces nos desgañitamos pidiéndole a la gente que vote, en general con poca fortuna: cuando la gente está de no es no, y es difícil cambiarla de sitio. La desafección la ha llevado a eso. El voto económico (efecto demoscópico del paro y de los problemas económicos en general) mas la desafección política (críticas genéricas a partidos y políticos) supone un terremoto electoral de gran alcance y tiende a culpar al gobierno de turno, sin matices. Es devastador y no solo arrasa la actual representación política o la actual mayoría sino que tiende, incluso, a borrarla del mapa político bajo la forma de problemas de autoidentidad posteriores a las elecciones.

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Pasó eso cuando desapareció la UCD a manos del PSOE en 1982, y con ella buena parte de la derecha. Pasó en el PSOE cuando Aznar ganó en el 2000 con 10,5 puntos de ventaja, y pasó en el PP cuando Aznar perdió esos 10,5 puntos y le añadió cuatro más en 2004, perdiendo en una legislatura unos 15 puntos de porcentaje. Puede pasar ahora con el PSdeG y con el BNG, desapareciendo toda o casi toda referencia específicamente gallega en el mapa político del Reino. Así somos.

Que la gente que ahora nace lo haga con el sueño de una Galicia nueva y próspera que acabará mereciendo su lengua y su belleza en el ya largo proceso, lleno de curvas y meandros, de llegar algún día a la dignidad de un pueblo orgulloso de sí mismo. Estamos lejos de la meta, aún.

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