La silla que viajó a La Moncloa
Mariano Rajoy no es un novato en los debates cara a cara. Manuel Campo Vidal tampoco. Alfredo Pérez Rubalcaba sí. Pero el candidato del PSOE tampoco estuvo ajeno, ni mucho menos, a los cuatro debates anteriores entre los máximos líderes políticos del país, que se produjeron en horarios de máxima audiencia, en directo y en televisión. Rubalcaba y Rajoy han vuelto a revisar ahora el duelo catódico de 2008. Rajoy ha tomado nota de muchas cosas, pero lo que no rescatará será la historia de aquella silla que viajó sorprendentemente en una furgoneta desde el plató de la Academia de Televisión hasta La Moncloa para que el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero comprobara su altura.
Ver el cara a cara de hace cuatro años, por ejemplo el apartado de la creación de empleo, es tremendo
La negociación entre los entonces jefes de campaña, José Blanco y Pío García Escudero, se había demorado en asuntos tan trascendentes como los focos, la luz, los minutos de cada intervención, los planos, contraplanos, planos cortos y medios, la fijación de las cámaras, la temperatura del local. Y llegó el momento clave: medir la mesa. El tablón era alto, pero Rajoy y Zapatero también. Si las sillas no se elegían con cuidado, sus piernas podrían chocar durante toda la velada contra su fondo. Podría resultar muy incómodo.
Blanco y García Escudero consultaron con sus cuarteles generales. El asunto era de trascendencia. El jefe de campaña del PP habló con Rajoy y convinieron que tenían un tamaño semejante. García Escudero se sentó en el sillón y ratificó que era suficientemente confortable. Blanco no mide lo mismo que Zapatero y no se fio. Se habilitó una furgoneta y se trasladó la silla hasta la sede oficial del presidente del Gobierno: La Moncloa.
Es una anécdota. Pero reveladora de hasta dónde llegan los políticos españoles en su afán por controlar todos los aspectos de estos escasos debates televisivos que nada se parecen a los enfrentamientos norteamericanos, por poner un ejemplo. Zapatero estudió entonces muchos debates de otros países. Rajoy se reunió con su asesor áulico, Pedro Arriola, como ahora. Y recabó las fichas técnicas sobre los asuntos a abordar de su entonces colaboradora Soraya Sáenz de Santamaría, en realidad ahora la única segura entre las quinielas de ministrables de su futurible gobierno.
Es tremendo consultar ahora aquel debate de hace menos de cuatro años, por ejemplo en el apartado sobre la situación económica y la creación de empleo. Es cruel.
La principal disputa este otoño ha sido muy similar a la de 2008: ¿Qué cadena retransmitía el debate? La solución salomónica ha sido la misma. El PP vetó a TVE, por su malestar con el mal tratamiento informativo que cree recibir de la mejor televisión pública que se recuerda, ofreció a cambio Antena 3 y Tele 5, y el PSOE se negó. La Academia de Televisión que dirige Campo Vidal ha sacado ahora como entonces, ante una prevención similar, el máximo provecho de esa oportunidad.
Rajoy y Zapatero tuvieron entonces un debate muy encorsetado. A los moderadores se les dio una orden estricta: los protagonistas son ellos y vosotros solo intervenciones cortas y asépticas. Campo lo cumplió a gusto de todos, y ahora repite, pero en el PP recuerdan que Olga Viza les provocó algún malestar.
Esta vez solo habrá un duelo sin opción a la revancha. Todo se juega a una carta. En el ya histórico Felipe González versus José María Aznar de 1993 pasaron muchas cosas antes, durante la semana de tránsito y después.
En el PSOE admiten y asumen que González se preparó mal el primero, porque llegaba de un viaje de Canarias y algo enfermo. También que tomó nota de su soberbia y que recabó a través de su jefe de campaña, José María Maravall, la ayuda profesional de los chicos televisivos de Rubalcaba y que barrió. Ganó por poco y casi contra pronóstico sus últimas elecciones.
Algún colaborador entonces de Aznar, ahora aún con Rajoy, acepta que el expresidente del PP fue plenamente consciente de que venció en el primero y dilapidó el segundo. Se creció tanto que él también se permitió acudir aquel domingo, víspera del segundo encuentro, a Barcelona para visitar al líder de Izquierda Unida, su amigo Julio Anguita, aún convaleciente de un infarto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.