La última carrera
La resistencia al debate directo en tiempos electorales desdice el compromiso de transparencia que los políticos proclaman ante los electores. Prefieren el calor tribal del mitin que el contraste con el oponente en campo abierto. Con el menú hoy disponible de tecnologías de la comunicación, es difícil explicar que los candidatos de los dos partidos mayoritarios vayan a enfrentarse únicamente en un solitario debate de televisión. De las diez elecciones generales habidas hasta hoy, tan solo en 1993 y 2008, con resultados inciertos en las encuestas, tuvimos la oportunidad de asistir a este tipo de encuentros, ambos a doble vuelta.
La aversión al riesgo ha solido imponerse sobre las obligaciones con los ciudadanos. Rajoy se presenta esta noche con la ventaja moral de que, a diferencia de su predecesor (Aznar), él ha aceptado someterse a un careo con su rival aun gozando de un amplio margen de 17 puntos, a tenor del último sondeo del CIS. Claro que es también una ocasión única de seguir pescando en los caladeros tradicionales del PSOE, convertido en un aspersor multidireccional de votos.
Cabe exigir a los líderes que expongan sus proyectos con claridad, pues ningún periodista podrá preguntar
Los expertos sostienen que este tipo de debates mueve apenas un 2% del voto. En 2008 un 1,5% de los electores declaró haber cambiado después del segundo encuentro Zapatero-Rajoy. El margen que entonces manejaban las encuestas estaba en torno al 4%, que se repetiría luego tras el escrutinio de las urnas.
A Rubalcaba no le queda ninguna bala de oro ante el sombrío panorama que le dibujan los sondeos. Pero intentará seducir al menos a una parte de ese 31% de electores que, según el CIS, siguen indecisos y que en buena medida son votantes desencantados del PSOE. Tiene por delante tal vez el cometido más difícil de una larga y brillante carrera política. Por mucho que pretenda distanciarse de algunas de las pócimas más amargas de Zapatero, no puede abjurar de un Gobierno del que ha sido vicepresidente y portavoz hasta hace cuatro meses.
Durán i Lleida pregona que esta vez los electores van a decidir pensando en la cartera. Si así fuera, la credencial de haber conseguido evitar el rescate de nuestra economía, que Zapatero ha exhibido tras la cumbre del G-20, es un activo insuficiente que puede convertirse en un tiro en el pie. Muchos pensarán legítimamente que la autoinmolación de Zapatero ha sido en realidad un castigo a millones de españoles que perdieron los empleos por su incapacidad para ver a tiempo el tsunami económico que se nos venía encima y tomar las disposiciones adecuadas para minimizar sus efectos. El legado positivo, que se le reconocerá algún día, tiene un peso liviano con vistas al 20-N.
Economía y empleo serán sin duda el epicentro del debate, y esa es una pista en la que el sprinter Rubalcaba tiene muchas vallas. En opinión de un destacado dirigente socialista, es una carrera perdida. El candidato del PSOE trata de disputarla mediante una cesta que combina nuevos impuestos a las grandes fortunas y a los bancos, inversión pública y estímulos a la creación de puestos de trabajo. Según todos los sondeos, los ciudadanos confían más para crear empleo en las recetas de Rajoy, que siempre podrá replicarle por qué no lo hizo cuando estaba en el Gobierno. Rubalcaba juega la carta del miedo a la intemperie en que puede dejar el PP a los más desfavorecidos, mientras él garantiza la protección social y el refugio de la sanidad y educación públicas, aun en tiempos de máxima adversidad.
Por encima de los eslóganes al uso, que sirven en campaña para inyectar dopamina a los fieles, lo que cabe exigir hoy a ambos líderes es que expongan sus proyectos con claridad y, ya que tampoco esta vez habrá periodistas ni público con derecho a preguntar, que sean lo bastante incisivos para que su rival también se pronuncie sin rodeos. Si no, se lo demandarán los ciudadanos.
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