Salvar las burbujas de la Cebada
Una plataforma se opone al plan de demolición del mercado y sus seis cúpulas de hormigón rojo
"Si miras el casco viejo de Madrid desde Google Earth lo primero que distingues no es la cúpula de San Francisco el Grande, ni la plaza Mayor, sino las bóvedas rojas del mercado de la Cebada". José Balsa, afilador en esta mítica plaza, lleva toda la razón. Desde el aire, las seis burbujas de hormigón que cubren el mercado desde principios de los sesenta son lo más reconocible del centro. Porque son rojas, y porque no hay nada parecido. Y sin embargo, el Ayuntamiento prevé su demolición desde hace años.
¿Deberían ser salvadas de la piqueta? "Totalmente", opina Javier García-Gutiérrez Mosteiro, catedrático especializado en conservación y restauración del patrimonio. "Tienen un indudable valor arquitectónico, pero además, registran un momento histórico muy concreto, un paréntesis brutalista dentro del racionalismo imperante en la arquitectura contemporánea de la ciudad". Dentro de lo que en la época se llamó "nueva monumentalidad", el mercado de la Cebada se aleja del estilo internacional por su escala casi roma y por la expresividad de sus formas de hormigón.
"No nos engañemos", apunta el arquitecto Javier Alau, "es un edificio torpón y necesita un arreglo, pero es un espacio potente y, aunque sus bóvedas no sean las más esbeltas del mundo, tienen una fuerza elemental, desnuda". Alau forma parte, con otros arquitectos, de la Plataforma en Contra de la Privatización del Mercado de la Cebada, integrada también por comerciantes, vecinos, asambleas de barrio y representantes del movimiento slow food. El grupo lucha por evitar la desaparición del modelo social y económico del mercado tradicional frente a las grandes superficies y los mercados gourmet, y lamenta "la pérdida de un edificio singular". ¿Hasta qué punto depende lo que pase dentro de la suerte que corra el inmueble? "Hay una cosa clara", dice Alau, "nadie va a pagar un edificio nuevo para un mercado de abastos de toda la vida".
El plan del Ayuntamiento, contra el que la plataforma acaba de presentar una alegación y está recogiendo firmas, es básicamente encontrar un inversor que financie la obra a cambio de gestionar el híper que se colocará en la plaza. "Si todo va bien", según fuentes municipales, las obras arrancarán en verano de 2012, cuando el mercado cumpla 50 años. "El edificio actual nunca sirvió, es muy incómodo", dice Carlos Rubio autor del proyecto municipal que "libera la plaza, mantiene muchos puestos y se adecua a los tiempos...". "La nostalgia no lleva a ningún sitio, no hay que anclarse al pasado".
En una cosa están de acuerdo quienes quieren tirar el mercado de hormigón y quienes no: el que había antes en su lugar era mejor. Levantado en 1875 duró 80 años en pie. Su conservador, el académico García Arangoa, defendió su supervivencia. Dio igual, el Ayuntamiento lo demolió y el propio Arangoa construyó el sustituto.
Sobre el tejado del mercado de la Cebada es imposible no sentir una punzada pensando que le queda un invierno. Es un lugar marciano, parece que hayan aterrizado seis ovnis enfrente de San Francisco el Grande. Unas escalerillas de hormigón, como la cresta sobre la espalda de un dinosaurio, llevan hasta la cima de las bóvedas. Treparlas es un extraño viaje: da vértigo, pero es un vértigo raro; el miedo es a rodar, no a caer. "¡Imagina que pudiésemos alquilarle la terraza a un restaurante, se nos llenaba esto de gente!", sueña José Balsa, que es afilador en el mismo lugar donde lo fueron sus padres y sus abuelos. De momento, los comerciantes buscan ideas que les modernicen sin perder su esencia. El fin de semana que viene invitan a cocineros slow food para que enseñen recetas con el mejillón, porque tienen oferta en el kilo del molusco. La oferta es lo importante, porque, de momento, esto no es San Miguel.
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