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Columna
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Jack Lang

David Trueba

Parece evidente que uno de los primeros sacrificados a los pies de la crisis es el mercado cultural. Uno casi se alegra, porque ese oxímoron resultaba a veces ofensivo. Ver cómo el legado de, por ejemplo, Miguel Hernández es abandonado por las mismas instituciones que en otro tiempo lo exigían como propiedad moral y patriótica o ver cerrarse un espacio de ensoñación como el Chillida-Leku porque no llegan los fondos, sirve para comprender que lo cultural tratado como mercado estaba condenado al fracaso.

El siguiente paso es la desaparición de los estamentos culturales, el cierre de oficinas y ministerios y ese sacrificio tan populista de pensar con determinación que el Museo del Prado no es necesario si carecemos de camas de hospital.

Sin embargo, me sorprendió que uno de los ejes de los socialistas franceses en su campaña de primarias fuera el fortalecimiento de las industrias culturales. Me recordó una lectura de meses atrás del libro que Jack Lang, una de las cabezas visibles de la política cultural francesa durante los mandatos de Mitterrand, dedicó a la vida compartida con aquel Presidente de la República.

Uno asiste a los debates encendidos en torno la construcción de la pirámide del Louvre y su reforma, a la apertura de la enorme biblioteca nacional, el nombramiento de Nureyev como director del ballet de la Ópera de París, la puesta en marcha del canal Arte o la defensa de la excepción cultural y el precio fijo de los libros y entiende que la cultura formaba parte de las prioridades de un Gobierno, dotándolo de relato y sentido de Estado.

Los breves capítulos dedicados a la televisión son una defensa a ultranza del electrodoméstico no tan solo como una oportunidad de negocio, sino también como un espacio para el servicio público.

El intervencionismo en defensa de la creación nacional puede criticarse, pero su convencimiento le llevó a entablar una batalla donde el Estado fija unas exigencias. En aquel caso, se terminó por retirar la cadena Cinco de las manos de Berlusconi por incumplir las normas.

Son documentos de un tiempo de lucha, perdidos ya en el océano de los brazos caídos, la sumisión al dinero y la carencia de un proyecto de país.

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