El hechizo superlativo
Andan los más ociosos debatiendo sobre si Wilco se ha vuelto una banda más conservadora o ajustada a la norma, si huye del experimentalismo para recalar en la canción convencional, si Jeff Tweedy se limita a escribir cosas simplemente bonitas desde que es feliz y no le atormentan las migrañas, pero ya ha perdido la capacidad de asombrarnos. Para rebatir todo este discurso, nada como un concierto de Wilco. Anoche, ante un Circo Price en éxtasis, cayeron dos docenas de piezas en las que se quintaesencia la música popular de los últimos 40 años, a modo de apresurado y magistral vademécum de cuanto ha acontecido y acontecerá en el ideario yanqui. La santísima (doble) trinidad del rock no quiso dejar una sola i sin su punto: a día de hoy, no cabe imaginar nada más intenso sobre un escenario, ningún hechizo tan superlativo.
Con Wilco hay que prestarle atención hasta al telonero, y el melenudo Jonathan Wilson resultó ser espléndido: este vecino del Laurel Canyon angelino podía haber compartido pupitre con Canned Heat, Jackson Browne y Buffalo Springfield. Pero luego llega el sexteto de Chicago y agota la reserva de epítetos. Arranca Wilco con One Sunday morning, una apertura suicida según cualquier canon para la ordenación del repertorio: extensa, lenta, reiterativa. Pero esas notas de piano que percuten como gruesas gotas de lluvia advierten de que no podemos abstraernos a ningún detalle. Poor places y Art of almost también carecen de estribillo. La primera, perseverante y psicodélica; la segunda, idónea para abrir el abanico hasta los territorios del ruido y el tenebrismo. Solo I might constituye, gracias a su batería de marcha militar, algo parecido a un single. La apoteósica At least that's what you said desata una tormenta eléctrica que en Bull black nova deriva en chirridos alucinógenos. Y hasta Via Chicago, que aparenta ser country-rock de libro, se ensucia con unas súbitas interferencias como de colisión aérea.
Cada pieza de Tweedy merecería su disección, porque difiere de cualquier otra y remite, en versión casi siempre mejorada, a los más grandes. La prodigiosa Jesus, etc figuraría entre lo mejor de Neil Young, mientras Burn alone apunta a Tom Petty en estado de gracia. Y, evidentemente, la bellísima Hummingbird mejora toda la discografía de Todd Rundgren. Cuando llegó Impossible Germany el consenso ya era obligado: no conoce el siglo mejor solo de guitarra que ese de Nels Cline. Y aún faltaban, sin epítetos ya en la recámara, 45 minutos más de concierto.
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