Pocos escapan del Annapurna
Corea del Sur llora la muerte de tres alpinistas, entre ellos el pionero Park Young-seok, en la cara sur del más mortífero de los 14 ochomiles
El Annapurna es la Espada de Damocles de todos aquellos que aspiran a coleccionar las 14 cimas más elevadas del planeta. Paradójicamente, la primera montaña de 8.000 metros hollada por el ser humano (1950), casi siempre es la última de la lista. Por razones obvias: morir en sus laderas siempre ha resultado más probable que en las de cualquier otro ochomil. Solo en el año 2000, por cada 100 ascensiones a su cima se contaban medio centenar de desaparecidos. Poco importa qué vertiente se escoja: la norte, o clásica, concentra la inmensa mayoría de las expediciones, mientras que la vertiente sur acoge en exclusiva a los mejores alpinistas: nada de coleccionismos, tan solo aventura y mucho compromiso.
Young-seok conquistó las mayores cumbres de cada continente y los dos polos
La vertiente norte acoge la mayoría de expediciones; la sur es todo aventura
En esta vertiente brutal de la montaña acaban de dar por desaparecidos a los surcoreanos Park Young-seok, Dong Min-shin y Gi Seok-gang, noticia que ha merecido todos los titulares posibles en el país asiático. Allí, el montañismo es lo que el fútbol en Europa: una religión, quizá menos ruidosa, pero religión a fin de cuentas. El país entero llora la triple pérdida, pero sobre todo lamenta la desaparición de Park Young-seok, el gran pionero, el primer surcoreano en hollar los 14 ochomiles y también el único montañero en adjudicarse lo que los norteamericanos llaman el Grand Slam: las siete cimas más elevadas de cada continente y la conquista de los dos polos.
El pasado 17 de octubre, los tres coreanos dejaron atrás el campo base de la cara sur del Annapurna dispuestos a lanzar un ataque definitivo a la montaña, a través de una nueva vía. Un día más tarde, espantados por las caídas de rocas y el mal tiempo, comunicaron que abortaban su intento. Estaban a 6.400 metros. Las 19 personas involucradas en su búsqueda solo han podido hallar un trozo de su cuerda, enterrada bajo cuatro metros de nieve. Probablemente, un alud acabó con sus vidas, cerrando el último capítulo de un serial de éxitos y desgracias estrenado en este escenario en 1970. Ese año, la mejor generación de alpinistas ingleses, dirigida por el legendario Chris Bonnington, abrió un itinerario de otra época directo a la cima principal del Annapurna. Dougal Haston, Don Whillans e Ian Clough pisaron la cima, aunque este último pereció durante el descenso. Más de 40 años después, las imágenes de esa expedición estremecen a los entendidos, incapaces de entender cómo con los medios de la época lograron sobrevivir a las dificultades técnicas, a la altura y a los aludes.
Con todo, la cara sur del Annapurna siempre quedará unida a uno de los relatos de supervivencia más improbables que se recuerdan en el mundo del alpinismo. En 1992, los franceses Pierre Béghin y Jean Christophe Lafaille se unieron para abrir una vía nueva en estilo alpino, sin más ayuda que la pudiesen prestarse el uno al otro y sin campos o cuerdas fijas. A escasas horas de la cima, se vieron sorprendidos por una tormenta que les obligó a renunciar. Durante su descenso, el anclaje de un rápel cedió, propiciando la caída al vacío de Béghin. Lafaille, que necesitaría años de tratamiento psicológico para olvidar la mirada fija de su compañero en el momento de caer, invirtió varios días en descender por sí mismo, sin cuerdas ni apenas herramientas o comida y con un brazo fracturado por el impacto de una roca. Solo su enorme destreza, la fortuna y su voluntad obraron el milagro. Y 10 años después, Lafaille se unió a Alberto Iñurrategi para firmar la primera repetición de la arista este al Annapurna, un viaje infinito estrenado en 1984 por Erhard Loretan y Norbert Joos. Iñurrategi sumó así, de la forma más elegante posible, su decimocuarto ochomil. Lafaille se sacudió varios demonios. En 2008, empleando idéntico recorrido, Iñaki Ochoa de Olza falleció a causa de un doble edema, cerebral y pulmonar. El navarro consideraba que la ruta normal de la montaña, por la cara norte, era una verdadera ruleta rusa a la que no deseaba enfrentarse.
Paradójicamente, en este escenario el alpinismo español conserva uno de sus grandes momentos, una hazaña adelantada a su época que el recuerdo, perezoso, tiende a arrinconar. Los catalanes Enric Lucas y Nil Bohigas abrieron un nuevo itinerario en la pared sur, en estilo alpino, alcanzando la cima central del Annapurna (8.061 m). Fue una gesta de tal calibre que casi 30 años después apenas ha tenido réplica en nuestro alpinismo. La mayor parte de los grandes actores de la sur del Annapurna ha muerto. Como si fuese imposible escapar.
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