El secano de Moliner
El Alto Palancia y el Alt Maestrat, L'Alcalatén y el paisaje que rodea el curso superior del río Mijares o riu de Millars, Els Ports, son territorios comarcales bastante bien definidos que ofrecen al visitante una estampa tan agreste y montaraz como bella y poco poblada. Durante el pasado siglo fueron muchos los labriegos que dejaron de mirar cimas y peñascos, piedra seca y valles, masías y bancales que permitieron el sustento de sus antepasados: buscaron en el horizonte un futuro mejor para su prole, y descendieron a las comarcas costeras, o con el hatillo a cuestas se hicieron un hueco en los centros industriales de la vecina Cataluña. Una comparación de los censos en pueblos y vecindades de comienzos del XX con los de ahora constatan de forma fidedigna la historia relativamente reciente del abandono. Pero los menos se quedaron e intentaron que la techumbre de la casa familiar no se viniera abajo o que la erosión no diera al traste con los ancestrales bancales de piedra seca. Y por eso merecen, sólo por eso que no es poco, merecen toda la atención del resto de la ciudadanía y, por supuesto, de las instituciones y los poderes públicos. No es escaso el número de valencianos que se sienten más identificados afectivamente con ese interior seco y agreste que con unas comarcas costeras plagadas de desmanes urbanísticos.
Esa es la razón por la cual ciertos proyectos o inversiones originan contento. Sin ir más lejos, ese otro día aparecía en los medios de comunicación la figura del nuevo presidente de la Diputación castellonense, Javier Moliner, en las alturas de nuestro secano e indicándole a los ediles locales su proyecto de construir pequeñas zonas de aterrizaje de helicópteros en distintos puntos de dichas comarcas, con el fin de que sus habitantes tengan una atención médica rápida y puedan ser, en caso de necesidad, trasladados con inmediatez a los grandes centros sanitarios, casi todos ubicados en La Plana o el Baix Maestrat. Nada, absolutamente nada que objetar a dicho proyecto e inversión. Nada, absolutamente nada que objetar tampoco a la iniciativa del joven Moliner, recién estrenado como presidente de la Diputación, cargo para el que fue designado delfín hace bastante tiempo por su antecesor, el provincianista Carlos Fabra.
La objeción, y no poca, llega por otro lado, por la institución poco necesaria que preside Moliner, concejal del PP en la capital de la Plana, que podría coordinar desde el Gobierno valenciano la atención a nuestros pueblos y vecindades con pocos habitantes y menos recursos. Un día no demasiado lejano optamos casi todos por el autogobierno y no por el provincianismo. Aunque entonces nadie nos indicó que continuarían las diputaciones, como la de Castellón, para gastarse más dinero público en un torneo de golf, en escuelas taurinas o en un aeropuerto sin aviones que en las necesarias ayudas a nuestro secano medio despoblado. Y el despilfarro daña el corazón y erosiona el bolsillo en tiempo de crisis.
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