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Columna
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'La Ilíada'

Si no hay retrasos de última hora, la compañía Kuma Games pondrá hoy a la venta un videojuego sobre la captura y muerte de Gadafi. No sé qué me resulta más repugnante de la noticia, si el hecho mismo de crear un juego sobre la brutal caza del tirano, o la celeridad de buitres carroñeros con que se han lanzado a picotear los despojos. Aunque por otra parte no sé por qué me escandalizo: desde el asesinato del dictador, las terribles imágenes de su final no hacen más que dar vueltas por todas partes. Una orgía de sangre y necrofilia, una fiesta de Halloween en carne real.

Gadafi era sin duda un monstruo, y que Occidente lo haya tenido de aliado no atenúa su monstruosidad: solo muestra la vileza de la política internacional. Pero, aunque fuera un criminal, el horror tumultuoso de su ejecución y la ferocidad de los que le acosaban son espeluznantes. En la agonía final, en la indefensión de la carne lacerada, en el pringoso color de la sangre todos somos iguales. Es inevitable sentir compasión ante su cadáver maltratado, y esa compasión es lo que nos hace humanos. Desde el principio de los tiempos, tácitos acuerdos de honor y respeto detenían por unas horas las batallas más bárbaras para que los contendientes pudieran rescatar a sus muertos. Y el hecho más horroroso que describe La Iliada no es el violento fin de Héctor, sino que Aquiles mancillara su cadáver y lo arrastrara durante nueve días llevándolo atado a su carro de combate. Sin esa piedad final, sin esa empatía que te permite reconocerte en el cadáver del otro, aunque sea tu enemigo, no somos más que alimañas (como los etarras incapaces de compadecerse de sus víctimas). El respeto y el honor que antes mencioné no son en realidad a los muertos, sino a nosotros mismos. Por eso me parece tan preocupante una sociedad que hace un videojuego de un linchamiento.

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