_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Explorar

David Trueba

El deporte es una de las mejores muestras de cómo el negocio particular fabrica el interés colectivo. El negocio del deporte tiene las dos patas asentadas sobre la explotación televisiva. Los españoles nos hemos acostumbrado a identificar las motos o la fórmula 1 con la cadena que posee los derechos, la cual pone hasta sus servicios informativos a trabajar en la preeminencia que más le interesa. Ayer, la tragedia de Simoncelli tiñó de fatalidad un espectáculo que de año en año abusa más de la precocidad, rendidos a la prisa más que a la velocidad.

El fútbol es caso aparte. Su dominación es espeluznante. De prensa a radios y televisiones, el esfuerzo por poner en valor sus destrezas y la pasión con la que es vivido, lo convierten en hegemónico. El dinero fluye en un círculo vicioso de canales a equipos y el país parece mucho más interesado en encuentros intrascendentes y entrenamientos rutinarios que en otros acontecimientos más señalados.

La incapacidad para que las ligas de balonmano o baloncesto tengan seguimiento, pese al altísimo nivel de nuestros jugadores, apuntan las claves para que un deporte se abra su sitio en los medios. No digamos ya el rugby, seguido con pasión en otros países. Ayer, la final del Mundial, que Nueva Zelanda se llevó después de soportar el aliento francés en su nuca hasta el último segundo, volvió a dejarnos una sensación de vacío, de colocarnos en un limbo ajeno a ese fenomenal espectáculo.

La salud de un país hay que medirla también en la capacidad de subsistencia de lo distinto, en la variedad de sus ofertas e intereses. Ahora vivimos bajo terroríficos niveles de paro por la sencilla razón de que confiamos nuestro crecimiento a un solo negocio. Si nos fijamos, hemos permitido que esa misma absurda burbuja se construya en otros muchos aspectos de nuestra sociedad. Lo plural es casi siempre un valor que llena de palabrería los discursos, pero la vida cotidiana cada vez está más concentrada en exprimir lo rentable. Conviene salir a buscar, de vez en cuando, lo que no nos ponen delante. La televisión, cada vez más, es un territorio para explorar, para saltar la valla del negocio y asomarnos a todo lo que nos estamos perdiendo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_