Gadafi, ETA y el 'Niño' Torres
- "La pasión imperante siempre conquista a la razón."
-Alexander Pope, poeta inglés del siglo XVII.
Un pequeño test. ¿Cuál de estas tres es la noticia más feliz de la semana? a/ Gadafi murió; b/ ETA se rindió; c/ Fernando Torres resucitó.
La respuesta debería de ser, a primera vista, bastante obvia. En cuanto a repercusión mundial, en cuanto al número de seres humanos que ha sentido el impacto de estos acontecimientos, a/ gana por goleada. Si ETA hubiera elegido mejor el momento de su rendición incondicional quizá alguien de fuera de España se hubiera fijado, pero la verdad, como demuestra un repaso a los medios internacionales, la noticia ha pasado prácticamente desapercibida en el resto del mundo. Podemos estar bastante seguros también de que, si se pudiera hacer una encuesta global, veríamos que bastante más gente se interesó por el hecho de que el Niño Torres acabó esta semana con su larga sequía goleadora en la Champions, alimentando la esperanza de que el más famoso de los españoles que militan en la liga inglesa vuelva a ser el grandísimo delantero que fue antes del Mundial de Sudáfrica.
Pero nos alejamos del detalle clave de la pregunta inicial. ¿Cuál fue la más feliz de las tres noticias? Si no hubiéramos visto las grotescas imágenes televisivas de los últimos momentos de Gadafi quizá estaríamos más contentos. Pero, para los que no somos libios, semejante carnicería no puede ser motivo de festejo.
Si nos limitamos a España (y hagámoslo), lo lógico sería pensar que la desaparición final de la sombra salvaje de ETA sería motivo de unánime celebración, relegando el caso Torres a un merecidísimo y lejano segundo plano. Pero resulta que no. Resulta que, según leemos, vemos y oímos en los medios, hay una cantidad importante de españoles que considera que celebrar el anuncio del cese del fuego definitivo de la banda terrorista más absurda de planeta tierra, la que ha tenido menos razón por existir durante los 26 años desde la muerte de Franco, es cosa de tontos.
Lo cual nos obliga, no por primera vez, a recurrir al fútbol como oasis de sensatez y cordura en un mundo cegado por los odios y prejuicios que despierta la política. Sí, sí, es verdad que muchos seguidores del Barcelona o del Athletic de Bilbao odian al Real Madrid, y viceversa. Pero son sentimientos pasajeros, sin mayores consecuencias. Incluso quizá tengan su utilidad, como terapia social. El hábito mental que impide una visión fría y positiva de lo que ha ocurrido con ETA, en cambio, no solo es inútil, sino que es peligroso.
Podría, por un lado, llegar a provocar en los próximos meses o años la aparición de una ETA disidente, un organismo demencial como el Real IRA, cuya esporádica presencia sigue empañando la paz en Irlanda; por otro lado, es al menos debatible la proposición de que si más personajes del mundo político hubieran demostrado en España un cierto pragmatismo, si se hubieran empeñado en buscar soluciones prácticas en vez de deleitarse en la indignación, se podría haber acabado antes con la bochornosa lacra del fenómeno ETA.
Con lo cual nos quedamos con la aparente vuelta a la vida del Torres goleador. No es motivo de euforia, como ha sido el final de ETA en muchos hogares del País Vasco, pero sí de una tranquila alegría de cuya legitimidad nadie duda. Torres es un buen chaval que representa bien a España en el exterior y un jugador que en su mejor versión es capaz de aportar mucho a la gloria de la selección española de fútbol. En esto hay consenso. La felicidad que han generado sus dos goles esta semana, junto a la tendencia en alza de su juego desde que comenzó la temporada, no la compartirá la totalidad de los españoles, ya que curiosamente hay individuos por ahí que no se interesan por el fútbol, pero es indiscutible entre aquella sana mayoría que sí se fija en estas cosas.
Entonces, ¿cual es la respuesta correcta a la pregunta del comienzo? Pues claramente, para bien o para mal (aunque más para mal, siendo sinceros), la respuesta es c/.
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