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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ese espacio donde habitan los sueños

En ese espacio donde habitan los sueños, lo que se ve desde este lado del espejo y, a la vez, lo que aparece al otro lado del mismo, sitúa Carlos Fuentes estas ocho sugerentes e inquietantes historias, historias todas ellas más o menos fantásticas, inasibles, moderadamente confusas, a las que se puede -o se debe- dar la vuelta como un calcetín; pero el efecto conseguido va más allá, abre otras vías, otros caminos secundarios por donde encontrar la luz del exterior. En esa ya extensa "obra narrativa", que el escritor mexicano ha denominado "la edad del tiempo", y donde ha colocado, celdilla a celdilla, todo lo escrito, aparece ahora esta colección de relatos unificados por un nombre, Carolina Grau, una mujer-sombra, o apariencia, que atraviesa todos ellos, dejando distintas huellas; aparece -digo- esta excelente colección en el apartado décimo, en el de 'Los días enmascarados', y enmascarados, sí, se nos dan los días de estos personajes, días y, por tanto, vidas. Personajes todos ellos que están perdidos, prisioneros de sus sueños, de sus propios horrores, de sus fantasmas. Personajes que pagan sus culpas en cárceles reales (si real puede ser el solitario del castillo de If, de la novela de Dumas; a saber quién fuese ese prisionero, o si hubiera también, inquietándole, otro, un abate de incierta presencia, acaso con un secreto real, encontrable: un tesoro) o cárceles figuradas, pues se puede escapar de una cárcel por amor o hacer una cárcel con los materiales de ese amor, por lo que tenga de renuncia al mundo, el amor, de perderse en el laberinto del deseo, de los límites que provoca el tal amor. En el prisionero de If o en el arquitecto al que le encargan -hoy- la construcción en el mismo sitio de una cárcel de diseño, acristalada y él en cambio, loco de amor, enladrilla su deseo, emparedándolo. Hay un hermosísimo relato que se desliza, como casi todos, por la ladera incontrolable del sueño, por la huida de la roma realidad, en la que una mujer concibe un niño diferente, extraño, con un brillo en la piel infrecuente y para el que crea -en un exceso de protección maternal desafortunada- un mundo aislado, al margen de todos los inconvenientes de la vida y al relato se le da la vuelta -Fuentes felizmente dueño de su talento literario, tantos libros después- como a un calcetín y la escena final es de un gran deslumbramiento pirotécnico. Todos los relatos -magníficos- están llenos de monstruos que nos habitan -el sueño de la razón, Goya: presente el aragonés en la casa laberíntica del último texto-, están situados en fronteras imprecisas, donde los niños pueden convertirse en jaguares -espléndido ese choque de civilizaciones entre un conquistador español y una indígena en la selva mexicana -, donde los animales, gatos, sobre todo, son más que eso. Pero si uno -y lo hago- tuviera que señalar una historia, me quedaría con la obsesión del poeta Leopardi, monstruo de mil -o tan solo cinco- cabezas cuando se asoma al espejo de su desdichada vida, y que cruza una mirada con una sombra de mujer, Carolina Grau, y que le suplica tan solo, a Leopardi, que le devuelva al mundo. Casi nada.

Carolina Grau

Carlos Fuentes

Alfaguara. Madrid, 2011

184 páginas. 16,50 euros

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