La grasa tenía un precio
Casi todas las cruzadas se equivocan de objetivo, de argumento y de método. Es el caso de la ley magra impuesta en Dinamarca y Hungría, países donde se penaliza con impuestos el consumo de grasas saturadas (hamburguesas de McDonald o Burger King, patatas fritas de bolsa, azúcares de refrescos), con el propósito explícito de reducir la tasa de obesidad en la población (el implícito podría ser el recaudatorio). Cuando la necesidad fiscal aprieta, ni la dieta de los gordos se respeta. Antes de que la nómina de vengativos vegetarianos aparcados en los ministerios de Salud de Occidente siga el ejemplo danés y magiar, es imperativo recordar que: 1. Las tasas a la comida basura penalizan a quienes la consumen, que no son las rentas más altas de cada país; 2. Sería más racional bajar los precios de los alimentos sanos, pero eso es más difícil, cualquiera se enfrenta a los intermediarios que encarecen un 300% el precio del tomate que está tranquilo en su mata, y 3. No está demostrado que un recargo a las grasientas hamburguesas, que tanto colocan a Kinsey Milhone (detective de Sue Grafton), tenga efecto sobre su consumo.
El argumento santificador de la tasa grasienta es que el coste médico de un obeso es el 36% más alto que el de un flaco. Acéptese así, pero encárguese a continuación un informe sobre cuánto cuesta atender a enfermos que viven en ciudades como Madrid, donde los habitantes respiran una sopa tóxica, y cárguese el exceso de coste a los responsables de la salud ciudadana en forma de impuesto por negligencia. O calcúlese la incidencia de las úlceras en empleados con jefes incompetentes y grávese a estos últimos. Por no mencionar un gravamen a los consumidores irresponsables de rayos UVA y así sucesivamente. O todos, o ninguno.
Si la razón es médica, resulta más fácil cortar de raíz y perseguir, con potro y estrapada, los pecados capitales que engordan (la gula y la pereza) y subvencionar aquellos que adelgazan, como la lujuria, la envidia y la avaricia (más todavía). Así, sagaces ministros húngaros y daneses, los europeos serán ciudadanos de provecho, de bajo coste sanitario, enjutos y con cara de lagarto Juancho, como cierto expresidente español.
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